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A 55 años de Marquetalia

Comunicado
Por Consejo Político Nacional
Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común FARC

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Conmemoramos hoy los 55 años de la fundación de las FARC, en Marquetalia, Sur del Tolima. En la historia de Colombia y en la memoria de las luchas de resistencia de pueblos, pervivirá por siempre el ejemplo heroico delos 48 campesinos dirigidos por Manuel Marulanda Vélez y Jacobo Arenas, que se atrevieron a responder con las armas la ofensiva del Estado Colombiano, reforzada con planeación y apoyo del gobierno del los Estados Unidos.

No se trataba de bandidos, sino de colombianos y colombianas que habían logrado sobrevivir a la persecución desatada tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948. Gentes sanas, de trabajo, que lo que soñaban era poder vivir y producir alimentos para el mercado. Que pedían al Estado colombiano escuelas, puestos de salud, créditos, asesoría técnica, carreteras y obras de infraestructura para sus regiones. Que clamaban por evitar una guerra.

Porque la habían sufrido durante más de una década, y sabían el alto costo en vidas y sufrimiento que acarreaba la confrontación. Por eso habían enviado cartas al Congreso de la República, al presidente, a la iglesia, a la comunidad internacional, en las que planteaban conversar sobre las necesidades que padecían y las soluciones que podía implementar el Estado. Muchas causas convergían en aquella época para hacer oídos sordos a su llamado.

Los Estados Unidos, insertados en la lógica de la guerra fría, y obsesionados por la doctrina de la Seguridad Nacional, llevaban años pregonando una cruzada anticomunista en toda América. Calificaban de simple avanzada soviética a la Revolución Cubana, y planteaban y desarrollaban una política contrainsurgente en todos los países al sur del río Bravo. A su juicio, todo movimiento de inconformidad o rebeldía en el continente significaba el enemigo interno a exterminar.

En nuestro país se reproducía la misma lógica en sus sectores dominantes. El Batallón Colombia, formado en la Guerra de Corea, servía como instrumento implacable de contrainsurgencia, al servicio de la clase política liberal conservadora que había concertado el Frente Nacional, un pacto de exclusión que cerraba las puertas de la democracia, a todos los que no pertenecieran a sus huestes. Esa clase se inspiraba políticamente en la dictadura franquista de España.

Vendrían con las décadas los procesos fallidos de paz. Primero con Belisario Betancur, de donde surgieron los Acuerdos de la Uribe encargados de abrir una ventana de esperanza por la apertura democrática pactada. La Unión Patriótica, el movimiento que representó los anhelos de paz de los sectores marginados y perseguidos, terminó ahogado en la sangre de sus dirigentes y militantes asesinados. Vinieron entonces las conversaciones con el gobierno de César Gaviria Trujillo.

Que no prosperaron por que ponían en cuestión la nueva lógica neoliberal practicada desde el poder. La guerra integral decretada por el presidente se vio agigantada por la estrategia paramilitar que asoló los campos del país. Masacres a granel y crímenes de lesa humanidad llenaron de terror los años 90, que vieron crecer simultáneamente la resistencia armada del pueblo y las movilizaciones campesinas, obligando a Andrés Pastrana a aceptar los diálogos de paz en el Caguán. 

Momento en que Estados Unidos decidieron intervenir a fondo en el conflicto colombiano. Las conversaciones de paz no podías prosperar cuando primó el Plan Colombia, la más grande arremetida militar planteada desde Norteamérica para nuestro país. La política de Seguridad Democrática de Uribe no fue otra cosa que el imperio generalizado de la represión, la persecución y la guerra total contra un país que plantaba paz, democracia y justicia social. 

Asfixiada la posibilidad de un triunfo militar tras una década de horrores, arrancaron las conversaciones de paz en La Habana, que habrían de culminar cinco años después con el Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera. Diversos factores de profunda importancia jugaron para hacer posible la firma del fin de la confrontación. Una Colombia hastiada de la guerra y sus angustias impulsó la posibilidad de paz. 

Los Acuerdos de La Habana contienen una potencia transformadora inédita en el país. La Reforma Rural integral, la formula de la participación política democrática, la solución al problema de las drogas, el sistema integral de verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición para satisfacer los derechos de todas las víctimas. El fin del conflicto envuelve el respeto a la vida y las garantías más amplias para los movimientos sociales y populares alternativos.

Un Acuerdo que no es para las FARC, sino para todos los compatriotas que sueñan con un país mejor. Un Acuerdo calumniado y vilipendiado por sectores ultramontanos obsesionados en hacerlos trizas. El gran debate entorno a los a los Acuerdos de la Colombia de hoy es si los implementamos para poner fin para siempre a la arbitrariedad, el crimen y la injusticia, o los hundimos para revivir la guerra, el despojo, el totalitarismo y el horror.

Somos conscientes de las dificultades por la que atraviesa la implementación de lo acordado. Identificamos con claridad los intereses y los personajes que se oponen a ello. Luchamos por aunar voluntades en defensa de la paz. Rechazamos cualquier incitación a la guerra, a reiniciar el fuego que logramos detener tras más de medio siglo de sangre colombiana. Batallamos por un gran movimiento nacional que garantice su cumplimiento total por parte del Estado.

Reiteramos una vez más nuestra promesa de cumplir sagradamente cada uno de nuestros compromisos pactados. Exhortamos a Colombia a luchar por su defensa e implementación completa. Rechazamos de plano cualquier manifestación tendiente a desconocer el hito histórico que representa el Acuerdo Final, a impedir el despliegue de la capacidad de movilización social que este entraña, a desmovilizar y sembrar confusión entre nuestra militancia y el pueblo colombiano.

El mundo de hoy no es el mismo de 55 años atrás. Las lógicas imperantes entonces han cedido ante el paso del tiempo y las luchas de los pueblos. La desmedida ambición de grandes poderes mundiales ha conducido a países enteros al caos y la desolación Esa no puede ser la suerte de Colombia. Los Acuerdos de la Habana son la clave para garantizar que eso nunca suceda. Seguimos abriendo el largo camino hacia la libertad, la democracia y la justicia. 






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