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Son decisiones que no dan más espera, Santos

Análisis
Por Timoleón Jiménez


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Timoleón JiménezA raíz del escándalo que han querido armar con el viaje de Timoshenko a Cuba en desarrollo del proceso de paz que se adelanta en La Habana, uno de los tantos columnistas dedicados profesionalmente a denigrar de las FARC, aventuraba la semana pasada que nosotros debíamos estar felices, pues habíamos puesto a todo el país a pelear entre sí, mientras continuábamos obteniendo interesados provechos de la existencia de la Mesa de Conversaciones.

De consideraciones de ese tipo están repletas las páginas de la gran prensa reaccionaria desde hace más de treinta años, cuando el Presidente Belisario Betancur abrió el proceso de paz que no termina aún con satisfacciones para Colombia. Todavía resuena en la memoria de muchos la razón esgrimida por el doctor Otto Morales Benítez al renunciar a su cargo de comisionado de paz del doctor Betancur. La paz contaba con muchísimos enemigos agazapados.

Eso sigue siendo completamente cierto. Y los debates, diatribas y denuncias elevados contra el Presidente Santos lo confirman plenamente. El desespero por arruinar los diálogos de La Habana es enorme. El Presidente Santos debe saber algo que no se ha atrevido a decir, con relación a su intención de ensayar la vía política con la insurgencia. De otra manera no se entiende por qué su empecinada condescendencia con los que se le oponen frontalmente.

Hoy está suficientemente claro para el país y el mundo, que el Presidente Uribe gestionó varios contactos con las FARC-EP con miras a entablar conversaciones de paz. Incluso Daniel Coronel reveló movimientos secretos de fondos encaminados a facilitar esos contactos, cosa de la que ni en esos días ni hasta ahora tuvimos nosotros la menor idea. Personajes entonces de su cuerda, como Frank Pearl y otros, en esa época y en esta, han actuado en gestiones de paz.

Así que uno creería que no deberían existir razones ni para los recelos de Santos ni para las rabiosas actitudes adoptadas por los áulicos del doctor Uribe. No parece descabellado pensar que así como el señor Procurador General de la Nación hila delgado para afinar argumentos jurídicos contra las decisiones políticas del Presidente Santos, él mismo o cualquiera otra autoridad competente podría fácilmente tejerlas contra el Presidente Uribe y los suyos.

La vía del diálogo, de las conversaciones para solucionar pacíficamente un conflicto armado, trátese de Colombia o de cualquier otro lugar, pasa necesariamente por el reconocimiento de la existencia del adversario y las aproximaciones a él. Por la creación de condiciones que hagan materialmente posible el intercambio de posiciones. Muy al contrario de nuestro planteamiento, el gobierno de Santos excluyó el territorio nacional como escenario. Y hubo que aceptar.

Sobre la base de que unas conversaciones a más de dos mil kilómetros del país y con un océano de por medio exigirían determinados mecanismos para su viabilidad. Creemos recordar que en algún momento el propio Uribe promovió denunciar a Andrés Pastrana por cuenta de sus aproximaciones de paz con el camarada Manuel Marulanda en los tiempos del Caguán. Está visto que el odio puede inspirar los mayores absurdos. Las propias circunstancias imponen ciertos requerimientos.

Santanderismos y leguleyadas se caen por su propio peso cuando lo que se encuentra de por medio es el bien supremo de la paz, un derecho síntesis de los pueblos que no les puede ser arrebatado bajo ninguna consideración. Por eso apoyamos todas las decisiones del Presidente Santos cuando quiera que se atreve a dar pasos en contra de condenar a Colombia al destino fatal de una guerra sin fin. Y creemos que todos los colombianos de buena voluntad deben hacerlo.

Y por eso demandamos de él un compromiso más decidido con el proceso de paz de La Habana. En sus comienzos lo vimos francamente vergonzante, con desgano, con tibios deseos de defender lo que se adelantaba en la Mesa. Pero la posibilidad de la reelección pareció haberlo decidido al fin a defender abiertamente lo que hacía. Por eso ganó, porque obtuvo el respaldo del enorme caudal de compatriotas que sueña con una Colombia en paz para sus hijos.

Ahora lo vemos  desmedidamente emocionado a veces. Considerando todo ya de un cacho, dando por sentado que el Acuerdo Final es un hecho. Aún sabiendo que están de por medio discusiones muy serias, temas álgidos que lo pondrán en la disyuntiva definitiva de elegir entre la paz para toda la nación o la confrontación para la satisfacción de unos cuantos. Aun así nos gusta más ese Santos, comprometido públicamente con su proceso, chocando de frente con sus enemigos.

Promocionando lo que llaman el post conflicto. Buscando apoyo exterior político y financiero para ello. Lo cual es bueno, pero a todas vistas insuficiente. Resulta muy difícil entender cómo puede presentarse como adalid de la reconciliación, un Presidente que rechaza concertar un cese el fuego que detendría el desangre de los hijos de su patria. Y además solo, sin la compañía de voceros de la insurgencia que generarían a su lado la credibilidad necesaria en un acuerdo.

Que además conocemos mejor que nadie la real situación de las zonas abandonadas por el Estado en Colombia, en cuya rehabilitación en justicia estaríamos llamados a jugar, en conjunto con las comunidades, un papel importante. Pero se insiste por parte del gobierno nacional en escalonar y acelerar la confrontación en todo el país, con su secuela de muerte y horrores. Y se nos sigue negando con énfasis la posibilidad de la menor actuación política interna o externa.

El problema no está en que el señor Uribe y el resto de la caverna se pongan bravos frente a la posibilidad de avanzar camino hacia la paz. Ellos han estado bravos y haciendo la guerra siempre. La cuestión no es temer a sus reacciones, sino hacer a un lado y aislar sus posiciones extremas. Y para ello es necesario romper definitivamente con ellos. Pese a haberse reelegido con la bandera de la paz, venciéndolos en las urnas, el Presidente continúa siendo vacilante.

Y por eso comienza a ahondarse más el interrogante del por qué esa actitud dubitativa. En el caso nuestro tenemos nuestras propias dificultades, que no esquivamos, sino que afrontamos con la convicción absoluta en lo que estamos haciendo. Hay gente, incluso de la que se hace llamar de izquierda, afirmando provocadoramente que lo acordado en los tres puntos hasta hoy, constituye una traición y una renuncia a nuestras banderas de lucha. Eso no nos impide seguir adelante.

Estamos seguros de que la firma de un armisticio que ponga fin a los enfrentamientos armados sería un paso gigantesco en la construcción de la paz en Colombia. Y un mensaje inequívoco al mundo de que cuanto se habla de las posibilidades de un post conflicto se está expresando con suficiente propiedad. Mucho más si lo proclamáramos conjuntamente las dos partes. Son decisiones que no dan más espera, Santos. Que harían creer a todos en el proceso de paz.

Timoleón Jiménez
Comandante del Estado Mayor Central de las FARC-EP
Montañas de Colombia, 20 de octubre de 2014

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