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Hay que vencer esta guerra con la paz

Análisis
por Timoleón Jiménez







«Estamos igual que como el gobierno de Israel contra Palestina, el ladrón grita ladrón para protegerse»

Creo que conviene a estas alturas abordar el tema de la guerra en cuanto enfrentamiento armado entre dos partes contendientes. Pese a que en la Mesa de La Habana se alcanzan avances significativos, en todo el territorio nacional continúan los combates con saldo trágico en vidas, lesiones y graves afectaciones a la población civil no combatiente. De uno y otro extremo se levantan voces que con razón expresan su desconcierto ante esta cruda realidad. ¿No deberían el gobierno nacional y las guerrillas proceder de una vez por todas a un cese el fuego bilateral?


De nuestro lado consideramos justas algunas consideraciones. ¿Por qué se dio lugar a esta confrontación entre hijos del mismo pueblo? Observadores ligeros han creído sin mucho análisis que la responsabilidad de ello recae sobre la insurgencia, que al alzarse dio origen a la respuesta legítima por parte del Estado. La realidad es más bien la contraria. Si algo ha caracterizado a los personeros de la ley y el orden en Colombia es su rápida decisión de recurrir a la violencia, como el expediente más fácil para solucionar los conflictos sociales y políticos.

La masacre de las bananeras, acaecida en 1928, se encargaría de inaugurar esa nefasta práctica, con el insoslayable sesgo que caracterizaría las actuaciones de fuerza del poder en adelante. Me refiero a la alianza siempre presente entre los intereses de los gobiernos liberal conservadores y los intereses del gran capital estadounidense. Eso que describió magistralmente Jorge Eliécer Gaitán al hablar en el Congreso de la República , de la rodilla en tierra ante el oro yanqui y la metralla asesina contra los humildes hijos de Colombia que reclaman sus derechos.

Ciegas ante la injusticia y el sufrimiento, las clases dominantes colombianas prefieren siempre las explicaciones más convenientes a su modo de examinar los acontecimientos. Alegan todavía, con propiedad académica, que las guerrillas brotadas en nuestro país en la segunda parte del siglo pasado, tuvieron origen en el afán expansionista de la Unión Soviética, que promovió y financió la creación de esos grupos para apoderarse de más naciones. Una explicación estúpida que se limita a repetir los fundamentos de la Doctrina de Seguridad Nacional norteamericana.

Y que no resiste la menor confrontación con la historia. El hecho más incontrovertible de la época a que nos referimos, es el levantamiento general de los pueblos sometidos a la explotación colonialista e imperialista. Asia, África y la América Latina protagonizaron el más conmovedor alzamiento contra las potencias occidentales, animadas quizás por el estremecedor ejemplo de la revolución bolchevique en Rusia, pero sobre todo movilizadas por su anhelo de independencia, soberanía y justa reivindicación económica y social.

Nelson Mandela jamás fue un agente rojo de comunismo internacional, sino el más puro representante de la insurrección negra contra el indignante apartheid oficializado en Suráfrica. Que entre otras cosas contó siempre con el apoyo expreso o tácito de los Estados Unidos. El mismo Ghandi se había sublevado muchos años atrás contra la segregación de que eran víctimas los hindúes en ese país. Como lo hizo también años después, a su manera, contra la dominación británica en la India. Eran los mismos tiempos del gaitanismo en Colombia.

Que denunciaba la manera atroz como la oligarquía colombiana empujaba a los hijos de su patria al enfrentamiento fratricida. Evento infame que se correspondía con la declaración norteamericana de guerra contra el comunismo, que involucró en ella, por sus propios intereses, a todos los gobiernos del continente, en la llamada Novena Cumbre Panamericana que daría luz a la OEA. Quince años después, la perversa y absurda tesis gringa del enemigo interno, alimentaría la agresión contra Marquetalia y las otras llamadas sin razón repúblicas independientes.

Por eso no tiene en absoluto nada de extraño el hecho de que el Plan Colombia, supuestamente concebido contra las drogas, derivara en el apoyo abierto y descarado de los Estados Unidos al combate de la oligarquía más violenta de Suramérica contra las FARC. Si en los años sesenta la rebelión armada de los campesinos encabezados por Manuel Marulanda y Jacobo Arenas enfrentaba el régimen antidemocrático del Frente Nacional, sus herederos se encargan hoy de combatir la democracia más corrupta del hemisferio, aliada servil de la intervención yanqui.

Un poco como en Palestina, en donde, tras las arremetidas brutales y la segura impunidad de los gobiernos de Israel, se encuentra la sombra poderosa de Norteamérica, en Colombia es claro que el protagonista de fondo, el que siempre ha movido los hilos del conflicto, ha sido el gobierno de la Casa Blanca. Tanto allá como aquí, otra muy distinta hubiera sido la suerte del régimen agresor, de no haber contado con ese respaldo. El conflicto no se habría prolongado tanto, ni la parte débil y agredida sería considerada como la malvada y terrorista.

Eso no podemos perderlo de vista. La tan cacareada degradación del conflicto colombiano, término concebido con la deliberada intención de satanizar las guerrillas con independencia de las atrocidades oficiales, es en realidad el producto de la asesoría permanente del Pentágono al Ejército colombiano. Los ampliamente conocidos manuales de contrainsurgencia y manuales de guerra sicológica, formalmente aprobados por Washington, constituyen la más abrumadora declaración previa del propósito de perpetrar las más horrendas acciones.

Así como de la práctica consagrada de adjudicar al adversario la responsabilidad de todo lo ocurrido, hasta desdibujar por completo la propia vileza. El poder ha de utilizar todos los recursos a su alcance, legales e ilegales, humanos e inhumanos, para hacer aparecer como monstruos sin entrañas a sus víctimas de ocasión ante los ojos de la nación y el mundo. Así se puso en evidencia en Vietnam, al igual que en tiempos más recientes en Irak, Afganistán, Libia o Siria. A propósito de Irak, se dice que su población describe la situación como mucho peor que los años con Hussein.

Al que comienzan a añorar con nostalgia. En Colombia, la oligarquía y el militarismo difunden a los cuatro vientos una propaganda triunfalista según la cual la insurgencia se halla completamente arrinconada y vencida, lo cual se usa entre otras cosas para justificar los diálogos actuales como la última oportunidad concedida a los rebeldes. Una manera taimada de presentar su verdadera intención de aplastamiento. Las ruinas de los países reseñados arriba son una muestra de lo que le espera al nuestro si no se frenan con la paz esas pretensiones.

Porque 50 años de resistencia heroica se encargan de demostrar lo contrario. Sí, Santos, eventualmente podrían borrarnos del mapa con el creciente poderío militar, pero como en Hiroshima y Nagasaki dolorosamente conmemorados por estos días, el costo para la población sería demasiado elevado, ni siquiera imaginado realmente. Al pretender alejar el nuestro de la condición de país paria con que la propaganda imperialista quiso justificar su escalada militarista, realmente terminaríamos siéndolo, ya no en la publicidad sino en los hechos.

Como es costumbre, recientemente el escándalo por la niña lamentablemente alcanzada por una explosión en Miranda, Cauca, dio para todo. Hasta para que Santos nos volviera a amenazar con poner fin al proceso, como si no hubiera repetido mil veces la fórmula sionista de guerrear como si no existieran conversaciones. Lo que hemos podido indagar al respecto, incluso con las comunidades afectadas, señala que esa granada provino del Ejército. Su explosión se dio transcurridos cinco minutos del lanzamiento de las cargas contra el puesto por la guerrilla.

Y cuando, como respuesta al sorpresivo ataque guerrillero, la tropa reaccionaba con fuego de todo tipo contra un enemigo cubierto por las sombras. Eso explicaría la enorme distancia del objetivo pretendido con las cargas guerrilleras, así como la dirección del disparo y el tiempo transcurrido entre el ataque y la sospechosa explosión ocurrida contra una vivienda demasiado alejada del puesto enemigo. Estamos igual que como los chillidos del gobierno de Israel contra el pueblo palestino, el ladrón se apresura a gritar ladrón para protegerse.
TIMOLEON JIMENEZ
JEFE DEL ESTADO MAYOR CENTRAL DE LAS FARC-EP
Montañas de Colombia, 10 de agosto de 2014

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