Análisis
Tomado de Pacocol
Por Rodrígo López Oviedo
De no haber sido por lo alcanzado en favor de la paz, que por ser fruto de unas conversaciones es un logro que el Gobierno debe compartir con sus interlocutores, es decir, con las guerrilla farianas, las calificaciones del presidente Santos tendrían que mostrar este año un escandaloso reprobado, pues no hay materia en la que pueda ostentar una nota aprobatoria.
Tal vez fue en las asignaturas económicas en las que sacó los peores resultados. Aunque en este aspecto algunos analistas están acudiendo a comparaciones con otros países para disimular un tanto el fracaso nacional, lo evidente es que en casi todas las mediciones finales, incluidas las del Banco de la República, se obtuvieron resultados que hablan de una gestión nada satisfactoria: el crecimiento económico no sobrepasó el tres por ciento, ni se pudo mantener el índice inflacionario en la tasa prometida a las Centrales Obreras; tampoco se logró alcanzar el éxito de años anteriores en cuanto a la reducción del desempleo, pero sí se volvió incontrolable el precio del dólar; y lo que se terminó percibiendo fue un desbarajuste económico generalizado, cuya más grave repercusión se sintió en el deterioro de la calidad de vida de los colombianos. Ni siquiera el DANE dio pie con bola, pues sus datos siempre resultaban desmentidos en las plazas de mercado.
Y con relación a la principal locomotora de este frente, la minero - energética, prácticamente no ha podido salir de la estación, lo cual ya en sí mismo represente un fracaso. Por fortuna es un fracaso que no trasciende las paredes del Palacio de Nariño, pues de haberse proyectado hacia la sociedad ya no estaríamos utilizando esa palabreja, sino otra más escalofriante, hecatombe, que es lo que está ocurriendo en la Guajira, donde la gigantesca explotación del carbón a cielo abierto solo ha generado miseria y muerte para los habitantes, y una inmensa riqueza para las transnacionales.
Claro que no todo es solo culpa del actual Gobierno ni de los anteriores, sino de las políticas de rodilla en tierra que el sistema del que todos ellos hacen parte ha tenido ante las políticas imperiales, que son las que definen la suerte de nuestros pueblos. Claro, no de todos, pues ya hay varios que aunque con indecibles padecimientos diarios, tratan de reivindicar su soberanía para gobernarse por sí mismos.
Nos queda la esperanza de que la finalización exitosa de las conversaciones de La Habana, el cambio de frente de la insurgencia hacia la política legal y una mejor actitud de algunos sectores de la izquierda hacia los procesos unitarios nos lleve pronto al fin de los mencionados problemas.
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