Análisis
Por María Méndez
Colombia Soberana
Se cumplieron 24 años del asesinato de el Camarada
Manuel Cepeda Vargas, líder comunista, abogado, periodista y político
colombiano, quien un 9 de agosto fue baleado por sicarios del terrorismo
estatal.
Traemos a colación esta terrible parte de nuestra
historia, no solo por hacer un reconocimiento a un hombre incomparable,
revolucionario integro, ejemplo a seguir, un luchador por la paz que estaba con
el pueblo y realmente daba pasos agigantados hacia la Nueva Colombia, sino porque
este cruel y difícil episodio no ha pasado.
Ni siquiera en periodos de “pacificación” nos han
dejado de asesinar. Para no remontarnos a tiempos alejados de nuestra reciente
historia y para aterrizar en el tema de este escrito, hablaremos del periodo
del saliente presidente Juan Manuel Santos y de las perspectivas que tenemos
con el tercer periodo de Uribe (Duque).
Fueron 8 años en los que se desarrolló el proceso de
paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia Ejército del Pueblo
FARC-EP, hoy Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común FARC. El desarrollo y
posterior firma del Acuerdo de La Habana, trajo consigo una disminución
inimaginable de muertes, tranquilidad en algunos territorios, el desminado de
otros, pero también una serie de incumplimientos por parte del Estado
Colombiano encabezado por el gobierno Santos, así como la continuación sin
vergüenza de la política estatal de eliminación física del pueblo colombiano.
En los últimos días, muchos han sido los trinos y
publicaciones por redes sociales en agradecimiento a Juan Manuel Santos por su “gestión”.
Personalmente (me disculpo por hablar en singular) no creo que haya nada que
agradecer. El Gobierno Santos firmó la paz con una guerrilla que el Estado en
su terquedad intentó acabar militarmente, por lo cual sabía que la vía violenta
era insostenible, si se sumaba la inconformidad del pueblo colombiano en las
regiones y los múltiples y repetitivos crímenes de guerra por parte del Estado,
crímenes que iban en aumento.
Santos firma un
acuerdo que representa un conjunto de luchas, las esperanzas de todos los
colombianos y una deuda histórica que el Estado tiene con el pueblo, no debemos
olvidar que era algo que tenía que hacer, como tampoco se nos puede escapar de
la memoria que mientras discutía el Acuerdo en La Habana, enviaba al ESMAD a
los campos y ciudades colombianas para reprimir las manifestaciones del pueblo,
acción que dejó decenas de muertos, mutilados, desaparecidos, presos políticos
y cientos de heridos.
Tampoco debemos olvidar que después de la firma del
acuerdo de paz, se cuentan por lo menos 300 asesinatos de líderes sociales y
defensores de derechos humanos, cientos de amenazas y dos masacres (Tumaco y El
Tarra). Si, pudieron ser acciones de la ultra derecha, pero en un gobierno que
cerró los ojos y en un Estado que, aunque lo niegue, tuvo, y aún tiene nexos
con su brazo paramilitar.
Elecciones
Hace más de un año, en julio 10 del 2017, publicamos
un artículo que tocaba un punto crucial que es la unidad. En él
insistíamos en la necesidad de unirnos, no alrededor de personas, sino de un
programa que nos reuniera a todos los sectores democráticos y revolucionarios,
que respondiera a las necesidades del pueblo, lo cual nos permitiría enfrentar
la maquinaria electoral de la burguesía. Desgraciadamente no fue así.
Desde los diversos sectores hubo candidatos. Nuestra
incapacidad de unirnos y el hambre de algunos por hacerse contar, primó más que
los intereses del pueblo. Incluso, en los últimos momentos se negaron a la
urgente unidad, a tal punto que llamaron a votar en blanco para segunda vuelta.
Decidimos callar hasta el fin de las elecciones y no
hacer artículos de opinión sobre este tema por una variedad de razones, aunque
claro está el trabajo político se realizó hasta el último momento.
En la mente rondaban las palabras sabias de Stalin: “Los
que emiten los votos no deciden nada; los que cuentan los votos lo deciden todo”,
esta ha sido la verdad siempre, que debemos hacer todo por cambiarla, pero que
evidentemente todavía pesa, sobre todo en un sistema electoral tan patético como
el colombiano. No era necesario ser adivinos para saber por quién votaría la
Registraduría.
El resultado no pudo ser peor, pero no fue una
sorpresa. La ultra derecha ganó a pesar de que el mundo se le viene encima y la
verdad sobre su corrupción y sus crímenes es innegable e imposible de ocultar.
De regreso a los días de terror
Es indudable que más temprano que tarde la historia y
la justicia llegaran a los culpables de tanto terror, culpables que hoy están
en el poder y no dudarán en hacer todo por dilatar el desenlace tan deseado por
nosotros.
El régimen que se posesionó el pasado 7 de agosto,
hará todo lo que esté a su alcance para que la justicia no llegue a su jefe, así
como también no dudará en castigar la “infidelidad” de muchos periodistas y medios
de comunicación masiva, que, como siempre, están bajo el sol que mejor los
calientan.
Las amenazas se duplican y se extienden, no solo a
sectores sociales y periodistas alternativos, sino contra quien le estorbe al
régimen; las muertes y la persecución de líderes y defensores de derechos
humanos se acrecentarán, al igual que de la oposición y los revolucionarios; y
el proceso de paz corre un grave peligro, a pesar de que internacionalmente se
encuentre blindado.
Otro problema que nos debe tener muy alerta es el
papel que el “nuevo” gobierno quiere jugar en la posible invasión a Venezuela, teniendo
en cuenta que en nuestro país existen al menos 7 bases militares estadounidenses.
A las calles por la paz y la
dignidad
Con este inquietante panorama, lo único que nos queda
es deponer egos y pensar en los retos y en los intereses del pueblo colombiano
que nos exigen unidad, organización, lucha y coherencia.
Es verdad que no la tenemos fácil. Solo la movilización
nos asegurará la presión suficiente para hacer cumplir el Acuerdo de la
Esperanza y exigir otra serie de derechos y anhelos del pueblo colombiano. Pero
a la oligarquía, la ultra derecha y el actual presidente tampoco les espera un
camino de rosas.
La oligarquía firmó un Acuerdo a nombre del Estado que
no podrá desconocer, además de tener que lidiar con esa ultra derecha que ha
alimentado por décadas que a veces se presenta como un gran problema para su
imagen, incluso para sus intereses.
La ultra derecha enfrenta el descontento de gran parte
del pueblo, implantará leyes que serán el detonante de más protestas y siente
los pasos agigantados de las cortes nacionales e internacionales.
El actual presidente sube como una figura carente de carácter
y personalidad, como un títere para seguir las órdenes de su jefe y tarde o
temprano tendrá que seguir uno de dos caminos: Quedarse bajo el manto
paternalista de su actual jefe, pasando por la historia sin pena ni gloria como
Uribe III, enfrentar la presión social siguiendo los designios de su señor y
arriesgándose a verse involucrado en los problemas legales y judiciales de su patrón o
traicionarlo y entregarse de cuerpo entero a la rancia oligarquía colombiana.
En cualquiera de las dos opciones, seguirá siendo ese gordito bonachón,
manipulable y sin personalidad.
El 7 de agosto demostramos en las calles, no solo una
amplia capacidad de convocatoria, sino un gran potencial de lucha y
organización. Esto es muy importante, porque las calles serán un de los pocos
escenarios de presión y protesta que la ultra derecha nos permitirá, unidos, en la lucha y con valentía defenderemos la paz, la vida y construiremos la Nueva Colombia.
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Muy buen texto Srta. Mendez. Gracias por publicar.
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