Análisis
Por María Méndez
Colombia Soberana
Foto tomada de Internet |
En un no tan breve repaso al papel de las masas en la historia, que es objeto de estudio del Materialismo Histórico, y en una mirada al proceso de paz de nuestro país, creemos que se hace necesario revisar más de cerca el papel que las organizaciones sociales, campesinas, de víctimas, indígenas y políticas y demás colombianos de a pie jugamos con respecto a la firma del Acuerdo de la Esperanza y el que seguimos desarrollando en su implementación.
Todos los procesos de diálogos con las insurgencias colombianas han sido para el pueblo que vive la guerra una ventana de solución a su mal más cercano: los bombardeos y atropellos del Ejército y la Policía, las balas, el miedo, los asesinatos, las masacres paramilitares, las tomas guerrilleras y demás, pero también representa la esperanza de que se acabe efectivamente las más sentidas necesidades del pueblo colombiano como el hambre, la miseria, el desplazamiento a ciudades para subsistir (lo que llamaríamos desplazamiento forzado económico), el abandono del Estado en lo referente a necesidades básicas como vías de comunicación, acceso al agua, vivienda digna, educación cercana, gratuita y de calidad, salud y un largo etcétera que debería causarle al menos un poquito de vergüenza al Estado Colombiano.
Los colombianos siempre nos hemos movilizado en la exigencia de nuestros derechos y en el anhelo de una paz que represente justicia, condiciones de vida dignas y favorables y el cese de las armas en la política y la vida diaria del pueblo colombiano (especialmente las del Estado y sus ejércitos militares y paramilitares). Esto no fue diferente en la antesala del Acuerdo de La Habana, a pesar de la guerra mediática y la masacre que representó los gobiernos Uribe para los campesinos y las organizaciones sociales.
Con una masa en movimiento protestando por la verdad y sus derechos, se llega a la fase exploratoria y secreta de los Diálogos de La Habana, enmarcada también en una guerra que afectaba a casi todos en nuestro país, inclusive a la naturaleza que se veía bombardeada por gran cantidad de toneladas de explosivos (incluso de uso vetado por la ONU y algunos otros organismos multilaterales) que a diario lanzaba la fuerza pública desde el aire sin importarles a dónde cayeran.
Al llegar la fase pública de los diálogos de paz, la esperanza y la movilización creció en los colombianos. Los foros fueron nutridos, las propuestas llegaban por montones a través de los canales diseñados para ello, las organizaciones exigían el desarrollo tranquilo de las conversaciones y su pronta y feliz solución, hasta el punto de acompañar por medios virtuales, comunicados y toda herramienta que tuvieran a la mano los momentos más difíciles del proceso.
Obviamente la derecha y parte del establecimiento no se iban a quedar observando. Con mentiras y despertando viejos y creando nuevos odios, lograron ganar por un pírico, irrisible y fugaz resultado el plebiscito, pero de nuevo las fuerzas de las masas, encabezadas por los jóvenes (muchos de ellos no votantes por su edad), las víctimas y las organizaciones sociales se levantaron para exigir que se respetara el Acuerdo Firmado.
Ya va a ser aproximadamente un año y medio de esas hermosas manifestaciones que parecían fiestas por la paz, y en las que en cada rostro veíamos que esos jóvenes, hombres, mujeres y ancianos estarían dispuestos a defender como fuera la paz y el ÚNICO acuerdo de la historia colombiana que da verdaderas soluciones a los problemas históricos del pueblo.
Hoy, con el acuerdo casi destrozado por el Estado Colombiano, con la ultra derecha ¿y el Estado? Acechando para dar la puñalada mortal, con el Camarada Santrich encarcelado a petición del amo gringo por un montaje burdo y absurdo, entre otras cosas, debemos decir SIGAMOS LUCHANDO POR LA PAZ.
Pasados estos hechos y la “fiebre” de la firma del Acuerdo, para muchas organizaciones sociales ya no está ni en el primero, ni en el segundo, ni en el quinto punto de sus agendas la implementación del Acuerdo, las pedagogías de paz se suspendieron en muchas de estas organizaciones, muchos líderes ni siquiera han terminado de estudiar el Acuerdo y demasiadas personas que no hacen parte de estas organizaciones siguen su vida como si la paz no les importara o no fuera deber de ellos lucharla.
Somos los pueblos los que hacemos la historia, y acá estamos, decidiendo si seguimos el camino de la paz o la dejamos escapar de nuevo, inmóviles, esperando a ver qué pasa o quién nos va a salvar, NADIE NOS SALVARÁ, SOLO EL PUEBLO SALVA AL PUEBLO, más allá de los procesos electorales, de los odios infundados, de las mentiras de los medios y del Estado, estamos esperando ¿qué? ¿Otro espiral de violencia? ¿Cuántos muertos más necesitamos para decidirnos a movilizarnos?
La paz no se decide con votos porque, está más que comprobado, que los que ganan no son los que votan sino los que cuentan esos votos (el Estado), la paz se juega y se defiende en las calles, en las universidades, en los barrios y comunas en la movilización social que nos permita entender y divulgar el Acuerdo de la Esperanza, única herramienta para empezar el camino de las reivindicaciones históricas y sociales.
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