Crónica
Tomado de Mujer Fariana
Por Cristina Ruiz, guerrillera de las FARC-EP
Cuando recibí la noticia de que haría parte del proyecto piloto en El Orejón, en el cual iban a participar entidades de Estado, miembros del Ejército y la Agencia Popular Noruega, me sentí algo confundida. En mi cabeza se revolvían una cantidad de cosas que no podía comprender. La verdad que no sentí muchos ánimos. Imaginaba cosas que podían pasar en cualquier momento en ese lugar. En mí latía la natural desconfianza al saber que iba a estar junto con los militares y otros personajes que jamás había visto.
A nuestro campamento llegaron el 15 de mayo los camaradas Pastor Alape e Isaías Trujillo, acompañados por una guerrillera camarógrafa llamada Samy. Para nosotros fue una alegría muy grande tener los camaradas con nosotros, porque esas oportunidades son escasas. Ellos nos explicaron los desarrollos de las conversaciones en La Habana, lo cual necesitábamos saber. Los camaradas aprovecharon para informar también a una buena parte de la población civil, acerca de cómo iba el proceso, para que ellos, que son los mas afectados con la guerra, tuvieran fe en los diálogos de paz y apoyaran las conversaciones.
Cuando llegó el día de la partida hacia El Orejón, mi preocupación se incrementaba. Era la primera vez que iba a subir a un helicóptero, y uno tenía la concepción de que cuando estuviera en un aparato de esos, era por que iba muerto o capturado. Jamás en 50 años pensamos en las FARC-EP que con el gobierno de nuestro país iban a haber estas posibilidades. Cuando estábamos despidiéndonos de nuestros camaradas, con los cuales he compartido momentos tan alegres, sentí un dolor muy grande, porque uno no sabe si los volverá a ver o qué puede pasar. Para nosotros está claro que dialogamos en medio del conflicto.
Partimos en helicóptero hacia El Orejón. Llevaba un miedo impresionante, pero trataba de que no se notara, una cosa es estar desarmada y otra cosa muy diferente es portar el fusil. Pensaba muchas cosas. Sin el arma que porté durante 17 años, me sentía como desnuda, muy vulnerable. Por la ventanilla se presenciaba una vista hermosa, que nunca había contemplado. La forma como se delineaban los ríos, los pequeños caños que se desprendían de aquellas cordilleras, las casas pequeñitas, todo era tan lindo desde arriba.
A medida que miraba desde lo alto los paisajes, empecé a sentirme mejor. Al fin llegamos a El Orejón. Desde el helicóptero observábamos la cantidad de gente que esperaba nuestra llegada. El aparato se posó en tierra y permanecimos unos minutos en él. Después comenzamos a bajar seguidos por las miradas de la gente. Algunos que imaginé pertenecían al gobierno, se acercaron y saludaron al camarada Pastor, quien procedió a presentarnos a nosotros. Se veía que eran personas muy amables, nos guiaron hasta la vivienda donde se encontraban los demás miembros del equipo de desminado.
La casa estaba en mal estado, así que tras saludarnos con los que esperaban, salimos de ella para efectuar la reunión afuera. El camarada Pastor explicó quiénes éramos nosotros y que yo no iba a ser participante de de esa primera fase. Solamente se quedarían Olmedo y Héctor y yo sería vinculada luego, en la segunda fase. En dicha reunión participaron también voceros de las comunidades campesinas, que dieron la bienvenida al proyecto como una oportunidad real. Ahora contarían con una tribuna abierta para proponer soluciones a sus necesidades, después de tantos años de exclusión y abandono.
Algo que logró conmoverme profundamente en ese momento, fue la actitud de un miembro de la comunidad, uno de los más antiguos habitantes de El Orejón, quien todavía no muy convencido de lo que veía y oía, pidió al camarada Pastor y al general Colón que estrecharan sus manos, en señal de que lo que se estaba adelantando allí como un gesto de paz, iba realmente en serio. Cuando las manos del jefe guerrillero y el jefe del Ejército se unieron, el viejo campesino puso las suyas encima de las de ellos dos, como una señal de que realmente empezaba a creer en las posibilidades del proyecto y de la paz.
En ese momento hubo algo que me impactó y fue cuando vi al coronel Benítez. No me gustó el aspecto de su rostro. Se le veía una cara muy rígida y yo pregunté, ¿quién es él? Me respondieron que era el coronel William Benítez, el comandante de las tropas que iban a participar en el desminado. Su apariencia ruda no se me salía de la mente, pero al final me dije que apenas se correspondía con la idea que yo tenía de los mandos del Ejército. He sabido que muchos comandantes son así, de expresión áspera. No volví a pensar en eso. Mi mente empezó a girar en el viaje que seguía a continuación. Debíamos volar a La Habana en poco menos de una hora. El corto tiempo que permanecimos ahí, fuimos atendidos muy bien por la gente que procuró hacernos sentir lo más cómodos posible.
Al pueblo colombiano, lo que nos toca es seguir apoyando el proceso para ver si es verdad que algun día haya un colombiano que pueda decir que nació y vive en un país de paz; porque lo que cuenta la historia es que la paz no solo en Colombia sino en el continente, se perdió desde el 12 de Octubre de 1.492 con la llegada de los europeos.
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