Análisis
Tomado de Delegación de Paz de las FARC-EP
Por Marco León Calarcá
La paz requiere ampliar la perspectiva, el horizonte de la sociedad. Solo mirar al futuro y visualizar los cambios estructurales en cuanto a satisfacción de los derechos de todos y todas permite avanzar en el camino de su construcción; pensar en términos del gatopardismo, cómo cambiar todo para que todo quede exactamente igual, solo nos conduce al fracaso, esa es la óptica de quienes consideran La Habana como escenario de capitulación de las FARC-EP.
Juan Manuel Santos como presidente del gobierno colombiano, reconoció el carácter político del conflicto social y armado que se extiende por más de 60 años, así reconoció la legitimidad del alzamiento insurgente, ya lograda en la práctica.
Además, al instalar La Mesa de Conversaciones en La Habana en desarrollo del Acuerdo General para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera, aceptó un diálogo entre iguales, gobierno y FARC-EP, sin vencedores ni vencidos, por tanto la necesidad de consensuar sobre los diferentes temas.
En el centro de estos pasos que nos tienen al borde de la Paz está el milenario derecho de los pueblos a la rebelión y no se trata de escribir un nuevo tratado sobre él, para el mundo racional es una verdad incontrovertible.
Esta antigua reivindicación la ejerce la insurgencia colombiana, pues no solo las reconocidas y abiertas tiranías o dictaduras restringen y conculcan los derechos a las mayorías y no dejan espacios para la lucha por ellos. En nuestro caso, la “democracia” más antigua del continente los viola a diario, de ello es constancia inocultable la miseria manifiesta en: la mortalidad infantil por desnutrición, el analfabetismo, el desempleo, la inasistencia en salud, la falta de vivienda y de oportunidades de vida digna.
El establecimiento fiel al mandato de considerar al pueblo como el enemigo, nunca pensó y menos intentó encontrar soluciones a la problemática nacional, creyó que ahogar en sangre sus demandas bastaba. Por eso diferentes estudios consignan la responsabilidad del Estado y sus gobiernos en el inicio y desarrollo del conflicto como producto de sus políticas, la mayoría de ellas dictadas desde la Casa Blanca.
Construir un sistema integral de verdad, justicia, reparación y no repetición es la fórmula encontrada por las partes como forma de solución al sensible tema de Víctimas que se trata en el momento y en ese camino hay avances y se sigue avanzando.
No son tiempos de la justicia para los de ruana. Se necesita atender las reales responsabilidades y no las mediáticas, sin pretensiones desequilibradas como endosar toda la culpa a la insurgencia, castigar solo a los combatientes de ambos lados y dejar tranquilos e impunes en sus despachos y residencias a determinadores, instigadores y financiadores.
La verdad no para sanar, la justicia no para superar y sin la noción de lo social, la reparación solo material desconociendo la dimensión ética y moral y la tendencia a desconocer la no repetición como elemento esencial, pues implica la aplicación en la realidad de los acuerdos construidos son parte de la visión punitiva sembrada por los señores de la guerra escondidos tras la retórica de paz, no pretende soluciones estables, solo se interesa por el castigo, en cualquiera de sus formas y entre más severo mejor, a quienes osaron resistir.
Empecinados en frustrar el proceso de paz, en cultivar los odios y normalizar el castigo para los débiles y la impunidad para los fuertes, en su óptica, dejan de lado u olvidan esenciales temas como la reconciliación, la convivencia y la construcción de futuro para la patria.
Nota: Las masacres de Hiroshima y Nagasaki son muestra de la cruel prepotencia del imperio estadounidense.
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