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El cese el fuego y la guerra

Análisis
Por FARC-EP

soldado

A las Fuerzas Militares y de Policía

Por información que manejamos, y que resulta además lógica en correspondencia con los hechos, se ha despertado al interior de las Fuerzas Militares y de Policía, cierto e importante grado de desconcierto, a raíz del cese el fuego unilateral declarado por las FARC-EP el pasado diciembre.

La cuestión, tal y como la entendemos, se encuentra planteada más o menos así. Si las FARC han dispuesto la cesación de todo acto hostil contra las fuerzas Militares y de Policía, si no atacan patrullas del Ejército ni estaciones de Policía, si adoptaron la disposición de rehuir hasta donde les sea posible el combate, en aras de demostrar su voluntad de paz y reconciliación, y si además pararon todo acto de sabotaje económico y ataque a la infraestructura económica del país, y si el gobierno nacional adelanta con ellas en La Habana conversaciones encaminadas a firmar el fin del conflicto, ¿qué sentido tiene entonces estar buscando sus unidades en todo el país con el objetivo de aniquilarlas por la fuerza de las armas?

Mucha gente pensante al interior de las instituciones castrenses y de policía anda preguntándose cuál es en realidad el papel que el gobierno nacional les está asignando a ellas. Es que no se entiende, ni siquiera haciendo un gran esfuerzo mental, que mientras el Presidente Santos recorre todo el país y sale al exterior con el objetivo de promocionar y obtener apoyo para el proceso que adelanta con las FARC, mientras se esfuerza por conseguir que hasta los Estados Unidos se sumen al coro general de protección a las conversaciones de paz y al proceso, mientras critica de modo abierto a quienes son considerados enemigos de la paz y la reconciliación, ese mismo gobierno esté ordenando a las fuerzas militares y de policía redoblar esfuerzos para aniquilar por la vía de la guerra a la insurgencia a la que le ha reconocido carácter y representación política.

La contradicción salta a la vista, es por completo evidente. De ahí que muchos generales y coroneles, mayores y capitanes, hasta tenientes que comandan las unidades desplegadas en el terreno en desarrollo de operaciones contra las guerrillas, se estén preguntando si no estarán ellos con su actuación bélica convirtiéndose en el palo atravesado en la rueda de la paz. Como quien dice, cunde el temor en los mandos militares y de policía, de convertirse en responsables del fracaso de unas conversaciones de paz, a las que se les ha dado tanto despliegue e importancia política por parte del propio gobierno y la mayoría de la población colombiana.

¿Qué pasará, se preguntan, si como consecuencia del asalto a un campamento guerrillero, o de una emboscada, o de un bombardeo o un combate cualquiera, realizado por un mando militar en cumplimiento de la orden de seguir adelante con todas las operaciones en curso, la guerrilla considera que resulta imposible continuar con el cese el fuego y ordena reiniciar sus ataques en todo el territorio nacional? ¿No mirará el país entero a ese mando militar o policial como el gran responsable de haber echado a pique las esperanzas de paz del pueblo colombiano? ¿Quién quiere ser el mando que aparezca reseñado en la prensa como el verdugo del proceso de paz?

La pregunta es seria. Porque desde Naciones Unidas para abajo, distintas entidades y organizaciones de carácter nacional e internacional vienen certificando el riguroso cumplimiento de su palabra por las FARC. Incluso hasta el Presidente Santos y el ministro de defensa lo han hecho. Y crece con rapidez la marea económica, social y política que expone la necesidad de hacer cuanto esté al alcance, para garantizar la permanencia del cese de fuegos decretado por las FARC-EP. Prácticamente todo el mundo coincide hoy en Colombia en que por ningún motivo puede ni debe presionarse a las FARC para que cambien su determinación de diciembre pasado.

¿Vamos a ser los soldados y policías de Colombia, los encargados de echarnos sobre nuestras espaldas el haber provocado la reanudación de operaciones militares por parte de las FARC, y con ellas, probablemente, el peso del fracaso de las conversaciones de paz? Eso, con toda lucidez, se escucha en patios y corredores de brigadas, batallones y cuarteles. Obviamente la respuesta es negativa. Ningún mando militar o policial quiere para sí ese deshonroso título.

Ni tampoco lo desea ningún soldado o policía raso. La verdad es que más de medio siglo de guerra ya tiene cansados hasta a los soldados voluntarios. Bueno, si el gobierno se metió en serio en eso de conseguir una solución política, una salida civilizada al conflicto armado que vive el país, pues está obligado a obrar en consecuencia. No tiene otra posible alternativa, si realmente es consecuente con lo que anda diciendo por todas partes, que ordenar también el cese de toda clase de operaciones militares ofensivas por parte de las Fuerzas Militares y de Policía. O como quien dice, sentarse a pactar con las FARC los términos del cese el fuego bilateral para ahora mismo.

Es esa la certidumbre que comienza a corroer el pensamiento de los integrantes de las Fuerzas Militares y de Policía. Si es posible detener definitivamente el derrame de sangre y pactar la paz, es inevitable ordenar el pare de la guerra. Hace falta que Usted soldado, o usted señor patrullero, o usted suboficial u oficial subalterno lo digan en voz alta. Casi todos los países del mundo cuentan con fuerzas armadas, sin que en su interior se esté desarrollando ninguna guerra, ¿por qué tiene que ser Colombia la excepción? ¿Entonces tenemos que seguir matándonos para siempre?

Vamos por el cese el fuego bilateral y el fin definitivo del conflicto. Que nuestras mujeres e hijos no corran más el riesgo de ser viudas y huérfanos. Que nuestros brazos unidos trabajen en la construcción de una Colombia en paz para todos.

Montañas de Colombia, 1 de marzo de 2015

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