Análisis
Tomado de ANNCOL
Por Nechi Dorado
Hace ya muchos años que uno viene siguiendo la situación que se desarrolla en el hermano pueblo colombiano y realmente hubiera preferido dedicarse a estudiar otros casos menos conflictivos, menos duros, menos espantosos.
Pero uno es demasiado humano, al punto tal que cuando se trata de crímenes de lesa humanidad provocados por un estado que históricamente hizo uso del doble discurso para seguir obedientemente las directrices que bajan del gran norte, se produce un nudito aquí, en el medio de las tripas y aprieta, acongoja, subleva, lastima.
¿Y por qué digo esto? Pues porque si un estado no se convierte en terrorista, no surgirían actores armados pero en sentido contrario.
Los primeros, contra el pueblo. Los segundos en defensa de sus mínimos intereses y al decir esto digo: justicia social, dignidad, salud, educación, pan, trabajo, derechos de la ancianidad, tierra para el que la trabaja, respeto a la identidad, a la cultura, a las raíces, igualdad, equidad y la lista podría seguir ya que es casi imposible de enumerar cuántas cosas merecen los pueblos. Y todos estos derechos adquiridos darían forma a la verdadera esencia de la PAZ.
Hemos descubierto en medio de una guerra fratricida, porque de eso se trata, mil cambios de discurso. Hemos descubierto, también, que más allá del espanto que desnuda una guerra y para que esa se perpetúe, debieron entran en escena dos bandos: el estado y la insurgencia que se formó con apenas 48 hombres que trataron de enfrentar a la más moderna maquinaria, hace cinco décadas, con apoyo gringo, armas de última generación, colaboración de mercenarios y luego la entrada de agentes del Mossad para entrenar y preparar a las nuevas “estrellas” de una realiad terrorífica que perdura hasta el momento: el paramilitarismo. Y al hablar de aquellos 48 hombres alzados en Marquetalia, que ofreció resistencia activa haciendo fracasar semejante iniciativa, el llamado Plan Lasso (Latin American Security Operation) y logrando la organización del pueblo para enfrentar el desastre anunciado.
Muchos fueron los intentos de diálogo de la insurgencia más antigua del mundo, las FARC-EP, a la que se plegaron (siempre haciendo uso del doble discurso mencionado) distintos gobiernos colombianos que al fin quedaron desnudos ante una realidad más que evidente. El contraste principal fue que unas deseaban la verdadera paz, mientras que la otra cambió la última letra dando lugar a otro estado, el de la pax de los sepulcros.
Se valieron de eso para aniquilar, llenar a Colombia de fosas comunes donde fueron a parar los cuerpos de miles de trabajadores, unos vinculados a las guerrillas (tener en cuenta que en Colombia no existió una sola fuerza resistente sino varias, algunas desmovilizadas y hoy en franco y evidente apoyo al gobierno actual, el del presidente Juan Manuel Santos por esas cosas de las malas memorias que a veces se activan. Pena los muertos que quedaron en el camino cuando aceptaron una desmovilización tan llena de trampas como de los mencionados doble discursos que siempre fueron el denominador común entre los distintos gobiernos.
Este hombre, Santos, que salió de las filas del aparato Uribista, carga sobre sus espaldas demasiadas muertes, baste recordar y como para sintetizar, la Operación Fenix dirigida por el hoy presidente y supuesto adalid de la paz aún cuando no sepa ni como se escribe ni que define esa hermosa palabra que cada día parece más alejada del pueblo colombiano.
Santos dirigió dicha Operación violando clara, indiscutible y demostradamente, la soberanía de un territorio hermano, el de Ecuador, ya que a sangre y fuego irrumpió sobre las cercanías de la población de Santa Rosa de Yanamaru, en la provincia de Sucumbíos el 1° de marzo de 2008 causando la muerte de 22 guerrilleros entre los que se encontraba el Comandante Raúl Reyes.
La operación militar se llevó a cabo con la participación de los hombres más entrenados de la Policía, el Ejército, la Fuerza Aérea y de la Armada Nacional Colombiana.
La CNN, órgano del sistema más criminal que gestara la historia contemporánea, no demoró más que minutos para mostrar al mundo el rostro sonriente del entonces Ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, hoy devenido en presidente de los colombianos, luego de supuestas disputas de poder con su antecesor, Alvaro Uribe, anunciando la muerte del líder de las FARC y sus compañeros.
Una vez colocada la banda presidencial rodeando ese torax salpicado de sangre, a pedido de la guerrilla aceptó sentarse a dialogar con las fuerzas insurgentes, luego de muchas cavilaciones y consultas, sin dudas, con sus amos y señores. Sabido es que los asesinos no dejan su profesión así como así, por espontaneidad ni por cambio de subjetividad. Aparecería luego, por enésima vez, el doble discurso que algunos colombianos no llegaron a visibilizar pese a años de lucha y trayectoria revolucionaria.
Santos intentó jugar un papel pacifista, pero la realidad lo fue desnudando una vez más. Mientras la guerrilla sentada en la mesa de negociaciones en La Habana, lugar designado como para que las conversaciones prosperen, decretó más de un cese al fuego unilateral (fijate que no digo poca cosa, sino U-NI-LA-TE-RAL-) lo que significa voluntad solo de una parte de los actores en disputa, justamente los llamados “terroristas”, en este mundo donde un terrorista accedió al Premio Nóbel de la Paz, pretenden continuar negociando.
Pero Santos, hombre contradictorio entre hechos y sentimientos, sigue enviando a su aparato represivo contra los bloques guerrilleros en Colombia, valiéndose de provocaciones ejecutadas por las fuerzas armadas militares, que actúan cuando los combatientes duermen.
El resultado de esas provocaciones va aclarando y demostrando quiénes son los que realmente cuando dicen “vamos a hablar de paz” cesan fuego y se sientan a conversar, encontrando de los otros actores, fuego y balacera. Así fue como 15 combatientes fueron mutilados en la madrugada del 1° de enero de 2013.
Santos, especie de vampiro que se nutre de sangre humana, sale luego a contar la historia al revés, erigiéndose en mártir aunque ya no goce del respeto que corresponde a quienes en verdad lo son.
Por supuesto el aparato para militar juega en pareja con el presidente, tanto como lo hizo en gobiernos anteriores. Ellos no son niños de pecho y están entrenados para ejecutar de la forma más violenta que se pueda imaginar.
Mientras los dirigentes se mantienen en conversación permanente con los distintos actores sociales agredidos históricamente por el estado, elaborando planes para acercar de una vez por todas a esa señora cuya presencia urge pero bajo las banderas de la justicia social y la dignidad de un pueblo harto de guerra y de llorar muertos, Santos despliega sus fuerzas para luego salir a acusar a la insurgencia de los crímenes por ellos cometidos. Transferencia que le llaman los psicólogos y que las grandes corporaciones mediáticas reproducen.
Es evidente que cuando se habla de paz, las armas deben quedar en compás de espera, descansando el sueño del que ojalá no tuvieran que despertar nunca. Pero así como siempre se dijo que si uno no quiere, dos no pueden, que es lo mismo que decir que para que haya guerra debe haber dos facciones enfrentadas, si una está haciendo esfuerzos por mantener la calma dando impulso al proceso hasta que se implementen los pasos que lleven a esa verdadera paz, pero la otra responde con agresiones, estimo que cada vez está más lejana la solución verdadera del problema.
Ahora, si preferimos hacer eco del doble discurso habitual de un gobierno al que se le escapa la razón y entra en un delirio descolocado, diríamos que la paz puede estar a pasitos de llegar. Pero poco favor estaríamos haciendo a la verdad.
Claro, dicho esto si nos apoyamos en el consabido doble discurso de un presidente que sabe que de llegar a buen puerto el tema diálogos, es mucho lo que tendrá que perder, dado que la guerra es el nutriente de las grandes oligarquías y burguesías locales.
De ese estrato social, justamente proviene el presidente Santos, será por eso que se contradice entre dichos y acciones y como siempre hizo por ser parte de un aparato macabro, plantea la paz en medio de balaceras y contando uno a uno los muertos, perseguidos, amenazados, encarcelados que va dejando en su camino donde podremos encontrarlo abrazado a la cintura de su amante preferida: la muerte.
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