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La desobediencia como necesidad urgente, un texto de Iñaki Gil de San Vicente

Análisis
Tomado de Cambio Total


La solución no es otra que llenar de contenido político y teórico  socialista toda práctica de desobediencia, de lo contrario será  integrada.

En Agosto de 2008 escribí un relativamente  largo texto titulado La desobediencia como necesidad, a libre  disposición en la Red. Ahora presento a debate público en la Kultur  Etxea de Burlata, Irunea, este otro mucho más breve en contenido pero  algo más largo en el título al añadirle la prioridad de la urgencia. Las razones que justifican este llamado a la urgente necesidad de la  desobediencia masiva, sostenida, coordinada y organizada, son obvias. De verano de 2008 a enero de 2014 se ha endurecido, intensificado y  extendido sobremanera el ataque sistemático e implacable del capital  contra el trabajo, de los Estados nacionalmente opresores contra los  pueblos que explotan, y del sistema patriarco-burgués contra las  mujeres. Y este devastador ataque inhumano va a endurecerse más aún.

Todavía en Agosto de 2008 éramos relativamente pocos quienes  defendíamos no sólo la existencia de una crisis sistémica en el  capitalismo mundial, que iba agravándose por momentos, sino que sobre  todo insistíamos en que esa crisis estaba adquiriendo especial gravedad, formas y expresiones mucho más agudas en el Estado español por sus  contradicciones sociohistóricas irresolubles. Todavía éramos menos  quienes planteábamos la necesidad de avanzar en la autoorganización  práctica y teórica para aumentar las luchas contra los ataques  capitalistas. El texto La desobediencia como necesidad se inscribía en  este esfuerzo por acelerar la concienciación práctica y teórica que  avanzaba más lentamente que la celeridad creciente de la crisis.  Entonces era obvio que por momentos se agrandaba la distancia entre la  rápida agudización de las contradicciones objetivas y el lento avance de la conciencia subjetiva organizada como fuerza material.

La reflexión sobre la desobediencia en cuanto una de las señas  básicas de la identidad humana autoconsciente y crítica, esta reflexión  imprescindible, debía ser por tanto impulsada en las dos vertientes de  la praxis: en la acción y en el pensamiento. Bien mirado, este esfuerzo  venía de lejos pero se había reforzado nada más estallar la crisis  parcial en Agosto de 2007, cuando la denominada crisis de los bonos  basura destapaba una podredumbre subterránea más pestilente e infecta,  más generalizada, que la trágica hecatombe de miles de familias obreras y populares norteamericanas lanzadas al abismo de los desahucios. Si en  Agosto de 2008 éramos pocos quienes advertíamos del problema, aún éramos menos quienes justo un año antes explicábamos que la crisis parcial de  los bonos basura se inscribía en una dinámica de confluencia de  sub-crisis en una única gran crisis capitalista que por sinergia  dialéctica o ley del aumento cuantitativo y del cambio cualitativo, era  esencialmente más grave que la simple suma de las crisis parciales,  cambio cualitativo ante la que debíamos responder rápidamente. En  Lecciones prácticas de una crisis prevista, del 17-08-2007, a libre  disposición en la Red, se avanzaba en esta dirección.

El punto decisivo sobre el que gira en estos momentos la praxis de la desobediencia como urgente necesidad no es otro que el de la correcta  valoración de la esencia de la crisis capitalista actual. Más adelante  comentaremos algo sobre la frivolidad inconsciente de quienes siguen  reduciendo la desobediencia a la mera ideología pacifista, pero antes  debemos hincar los pies en el suelo de la realidad e introducir nuestra  cabeza en lo más duro de la lucha de contrarios antagónicos que  determinan las tendencias fuertes que está imponiendo la burguesía  mundial al amparo de la crisis. La desobediencia, como una de las  tácticas de lucha revolucionaria, sólo tiene visos de efectividad si se  basa en una correcta valoración de los cambios introducidos por el  capital en sus anteriores tácticas, estrategias, doctrinas y paradigmas  represivos, cambios destinados a imponer definitivamente brutales  condiciones de sobreexplotación que, en Occidente, nos recuerdan a las  existentes en el capitalismo de finales del siglo XVIII y primera mitad  del siglo XIX, antes de que la lucha obrera y popular empezara a obtener victorias sectoriales que mejoraban relativamente su malvivencia  cotidiana. Pero sólo nos lo recuerdan porque ahora, a estas alturas del  siglo XXI la civilización del capital dispone de instrumentos de terror  material y simbólico, de potenciación del fetichismo, de sumisión y de  obediencia muy superiores a los de entonces.

Es por esto que la táctica de la desobediencia debe siempre estar  supeditada a la estrategia de la toma del poder como camino hacia la  República Socialista Vasca, porque sólo una perspectiva histórica  revolucionaria puede oponerse a la perspectiva histórica reaccionaría.  El tiempo político no es neutral, es un arma. Es por esto que siempre es necesaria la revisión autocrítica de lo que se ha escrito y sostenido  en el pasado, porque malvivimos en una realidad objetiva de lucha  permanente de contrarios irreconciliables de manera que el capital, los  Estados español y francés, el sistema patriarco-burgués, también  intervienen activamente en la lucha con sus planes a medio y largo  plazo, con sus innovaciones y con sus alternativas varias, que  frecuentemente aparentan ser diferentes cuando en el fondo buscan el  mismo objetivo. Las referencias a los dos textos arriba citados, el de  2008 y el de 2007, y a otros que no se citan pero que son también  necesarios como los que tratan sobre la teoría de la organización de  2011, por ejemplo, corresponde a este deber metodológico de autocrítica  colectiva permanente, virtud tensa sustituida hace tiempo por de la  cómoda palabrería normalizadora y moderadora.

Lo que sigue es una muy breve síntesis de las tendencias fuertes  desarrolladas por el capital con la excusa de «salir de la crisis», síntesis inserta en la línea teórica y política de los dos textos  referenciados pero realizada bajo las transformaciones acaecidas desde  entonces hasta ahora. Consta de tres puntos:

El primero concierne a las dificultades que tiene la izquierda  europea y vasca para superar la derrota teórica y ética –mal llamada «derrota ideológica»– sufrida en los años ’70 e incrementada en los ’80 y que justo ha empezado a ser revertida desde la segunda mitad de la  década del 2000. Naturalmente que son fechas aproximadas, que ha habido  lugares en los que la derrota ha sido menos grave y más corta en  duración, y que en otros ha empezado más tarde; ahora no podemos  analizar al detalle estas diferencias. ¿En qué consiste esta derrota en  lo relacionado con la crisis y la desobediencia? Sobre todo en que se ha perdido o se ha debilitado grandemente el conocimiento teórico de lo  que es el capitalismo y de su capacidad de desactivación por un lado y  por otro de integración en su beneficio del malestar social latente y  hasta emergente. La teoría marxista de la crisis no se limita sólo a sus causas, sino también a su desarrollo y a sus posibles salidas, con sus  efectos en el largo futuro de la humanidad explotada. Por ejemplo, ahora mismo la mayor parte de las contestaciones críticas a la propaganda  oficial sobre los supuestos primeros «brotes verdes» se centran casi  exclusivamente en demostrar que lo contrario, siendo muy contadas las  que se extienden más allá de lo inmediato para alertar sobre lo  realmente decisivo: la entrada definitiva del capitalismo mundial en una nueva fase represiva y explotadora global.

Constreñida por esta limitación, la táctica de la desobediencia sólo  se piensa a muy corto plazo y para áreas muy restringidas de la  totalidad explotada, oprimida y dominada. Por lo general, se cree que la situación socioeconómica y política tenderá a mejorar a corto o medio  plazo, que la presión no violenta de la llamada «sociedad civil», o del  pueblo a secas, sin contradicciones clasistas internas, logrará frenar  la voracidad omnívora del capital y de su nacionalismo imperialista  facilitando así la realización de acuerdos institucionales que abran  vías para la reconquista de derechos restringidos, prohibidos e  ilegalizados. Simplificándolo un poco: se trata de una desobediencia  parcial, a ratos, sobre aspectos sectoriales, que convive con una  obediencia masiva, cotidiana, psicológico-afectiva y político-cultural.  Sin perspectiva histórica de las innovaciones explotadoras y represivas  introducidas durante la crisis, nuestra mente no puede superar lo más  inmediato, ni tampoco comprender los dramáticos efectos acumulativos de  tales innovaciones en la creciente precarización de la vida.

El segundo punto concierne precisamente al concepto de precarización. Precarizar la existencia, reducir casi hasta la nada la sensación  colectiva de seguridad vital imponiendo la incertidumbre atemorizada,  hacer del egoísmo más frío e individualista la única garantía de  sobrevivencia en medio de la precariedad absoluta, y en este contexto  presentar al Estado como el guardián que nos protege de los peligros  pero a costa de cederle nuestra libertad, este es uno de los objetivos  vitales buscados por el capital. Aunque siempre haya alguna fracción  burguesa dispuesta a frenar un poco el empobrecimiento social y la  precarización, la tendencia mayoritaria de la clase dominante ha sido,  es y será la de reducir las condiciones vitales al mínimo suficiente  para la imprescindible recomposición y cualificación de la fuerza de  trabajo, nunca más allá de ese mínimo socialmente establecido por la  lucha de clases. La burguesía no descansa en imponer ese mínimo,  sabiendo que sólo la lucha obrera y popular se lo impide; por esto,  cuando se sabe con fuerza sociopolítica suficiente endurece sus ataques a los instrumentos obreros y populares por antonomasia: sus  organizaciones, sus sindicatos, sus movimientos populares y sociales,  sus medios de prensa libre y crítica, etc. Debilitados éstos, o  destruidos, ilegalizados, entonces la clase dominante endurece sus  ataques.

Aunque existe una conexión interna casi directa entre la pobreza  relativa y absoluta y la precarización social, hay que saber que en  determinados períodos la pobreza puede ampliarse o reducirse según los  vaivenes de la lucha socioeconómica de clases, pero que la precarización es una necesidad tendencial al alza de la lógica capitalista que sólo  puede ser derrotada mediante la revolución social y política. Sólo la  revolución socialista puede acabar con la tendencia a la absoluta  precarización existencial porque ésta no es otra cosa que la pérdida  total de medios propios de autoexistencia, de medios de producción  propios, colectivos y comunes, que garanticen que una persona no tenga  que venderse a un empresario como esclavo asalariado por poder  subsistir. La precarización consiste en la indefensión creciente, en la  pérdida de la independencia personal y colectiva porque se ha caído en  la dependencia del salario propio o ajeno ya que el capital se ha  apropiado mediante la violencia física o económica de las fuerzas  productivas.

La precarización aumenta al aumentar la concentración y  centralización de los capitales, de la riqueza, en cada vez menos manos, mientras por el lado opuesto aumenta la gente que carece de todo menos  de su fuerza de trabajo, y eso cuando todavía está en condiciones  psicosomáticas de ser explotada hasta el límite. Por esto existe  relación casi directa entre empobrecimiento y deterioro de las  condiciones de vida y trabajo, por un lado y precarización vital por  otro lado aunque en determinadas fases de la lucha de clases la  burguesía tenga que conceder aumentos salariales y mejoras sociales  debido a la gran fuerza obrera mientras que, por lo bajo, continúa  aumentando la población que sólo tiene su fuerza de trabajo para  existir. Una vez que a un pueblo o a una persona se le ha expropiado de  cualquier medio de autoexistencia independiente de la propiedad  burguesa, o sea, una vez que se le ha rebajado a la inhumanidad de  esclavo asalariado directo o indirecto al margen de la cuantía salarial  que reciba, se multiplica exponencialmente la probabilidad de  empobrecimiento. A la vez, se refuerza la tendencia al autoritarismo, al recorte de derechos y libertades. Y es que la tendencia a la  concentración de la propiedad privada en una minoría selecta es  incompatible con la tendencia al incremento del malestar social difuso e inconcreto en su inicio, pero que puede concretarse y materializarse  después.

Desde esta perspectiva, la marxista, la desobediencia debe adquirir  otro contenido diferente al que se le daba hasta ahora porque la  creciente precarización de la existencia sólo puede mantenerse a la  larga mediante un sistema represivo que anule cualquier posibilidad de  resistencia, sobre todo antes de que esta empiece a tomar cuerpo en las  iniciales desobediencias descoordinadas pero que pueden llegar a ser  peligrosas si crecen y se coordinan. Y sobre todo cuanto la resistencia  avanza de ser defensiva a ser ofensiva, es decir, cuando mediante la  formación teórica y política toma conciencia de que la superación de la  precariedad vital exige la socialización de las fuerzas productivas, la  socialización de los bienes privatizados por y para la burguesía y que  antes eran comunes, colectivos, públicos, en síntesis, mediante la  expropiación de los expropiadores. En la medida en que no exista esta  conciencia política y teórica, la desobediencia defensiva puede llegar a ser tolerada y en determinadas circunstancias inducida y apoyada  indirectamente por determinadas fuerzas burguesas para manipular la  simple indignación del pueblo utilizándolo contra otros sectores  burgueses. Tal ha sido el caso de la manipulación por parte del PSOE de  amplios sectores del movimiento 15M, aunque no de todos, para crear un «movimiento ciudadano» contra el PP.

La desobediencia indignada sirve de poco si no avanza a la rebelión  política y teóricamente guiada. Entre otras muchas, la experiencia  alemana también es aplastante, y del mismo modo en el que el avance del  autoritarismo social norteamericano marca la pauta del capitalismo  mundial, la alemana marca la del europeo. Pues bien, el retroceso  sistemático y continuado de las condiciones de vida y de trabajo, de los derechos reales, durante más de dos décadas en Alemania muestra la  perversa capacidad del capital para anular la mitología tópica de las  tácticas de desobediencia del famoso «movimiento verde», «ecopacifista», «ecofeminista», «alternativo», etc., integrándolo en buena parte  incluso en la política euroimperialista. Y por si fuera poco, una vez  desactivada aquella desobediencia, aquella famosa «nueva forma de hacer  política», la burguesía alemana está preparándose para atacar a su  verdadero enemigo: la lucha obrera y popular mediante la militarización  soterrada pero legal de la vida sociopolítica al permitir por primera  vez desde 1945 que el ejército intervenga públicamente con excusas  manipulables y laxas como las de situaciones de riesgo, catástrofe, etc.

En realidad se trata de la dinámica de policializar lo militar y de  militarizar lo policial que recorre con diversos ritmos e intensidades  todo el capitalismo mundial, y que responde a las necesidades represivas detectadas en las proyecciones de futuro que realizan los aparatos  multidisciplinares en los que la industria político-mediática está  integrada como parte esencial. Estos aparatos son a su vez parte de los «comités de crisis» de los Estados en los que se planifican estrategias  diferentes para diferentes posibles crisis más o menos graves o  parciales, hasta llegar a las definitivas, las crisis revolucionarias.  ¿Alguien cree que las nuevas leyes represivas introducidas por el PP, la compra masiva de armas y municiones antidisturbios, la impunidad legal  represiva concedida a las policías hasta ahora «privadas», todo esto y  más responde sólo a los específicos intereses económicos de la industria de la represión, como se ha sostenido desde el reformismo, o en  realidad responde a las previsiones del Estado como centralizador  estratégico de todas las represiones?

En la medida en que la precariedad de la existencia aumenta, tarde o  temprano se refuerzan las condiciones objetivas que facilitan el  surgimiento de las desobediencias, de las resistencias y de la  conciencia revolucionaria como síntesis última de este proceso, siempre y cuando existan organizaciones revolucionarias que luchen en el interior de las masas explotadas aportando su experiencia teórica, recibiendo  lecciones prácticas y fusionándose con y en las luchas concretas.

Y el tercero y último punto trata precisamente de las relaciones  entre la praxis organizada y las desobediencias desorganizadas y  descoordinadas como componentes de una estrategia revolucionaria de toma del poder. ¿Por qué se plantea tan crudamente el problema en vez de  hablar genéricamente, en abstracto, por mucho que se llegue a  especificar y hasta dar nombre concretos a formas particulares de  desobediencia? Pues porque siempre hay que bucear hasta la raíz de los  problemas, ahí en donde se libra el choque a muerte entre la  independencia y la dominación, entre ser propiedad-de-sí-mismo y  para-sí-mismo, o se propiedad-de-otro y para-otro; dicho de otro modo,  entre la propiedad colectiva en la que la persona se sabe parte activa y dirigente, libre, y la propiedad privada en la que la persona se sabe  parte pasiva y dominada, esclavizada.

Las diversas formas de desobediencia tarde o temprano llegan a este  punto de bifurcación: por el lado de la izquierda, avanzan llenando su  desobediencia de contenido socialista y colectivo, o por el lado de la  derecha, frenan su desobediencia aceptando la derrota. No existe una  tercera alternativa cuando se ha avanzado hasta la cuestión de la  propiedad y del poder, cuando se ha llegado al límite de la acción  desobediente porque, a partir de ahí, lo que se cuestiona es la opresión misma. Por ejemplo, el ejercicio del divorcio legal y definitivo, que  no la simple separación; la decisión de abortar después de haber  discutido y enfrentado a todas las presiones contrarias; la decisión de  denunciar en el juzgado las agresiones machistas en el domicilio, en la  empresa, en las relaciones afectivas, sabiendo que con ello se inicia de un duro proceso judicial lleno de incertidumbres pero que conduce a la  justicia, estos y otros pasos hacia la libertad son tomados, por lo  general, después de prácticas de desobediencia creciente, de  resistencias cotidianas, de negativas y de rechazos a las órdenes que  emanan en todo momento del sistema patriarco-burgués.

Las desobediencias iniciales de muchas mujeres tienen en esencia la  misma lógica interna que otros procesos de lucha emancipadora en los que las iniciales resistencias se enriquecen y radicalizan mediante el  contacto con otras experiencias, con colectivos de ayuda y solidaridad  mutua que aportan conciencia teórica y apoyo práctico. Los movimientos  populares y sociales en barrios y pueblos que se enfrentan al racismo,  al narcocapitalismo, a los desahucios, a la especulación urbanística, al consumismo de las grandes superficies; las luchas sindicales y  sociales, culturales, recreativos; las reivindicaciones socioecológicas; la autodefensa antifascista, todas estas riadas que pueden ir  confluyendo en un incontenible tsunami de emancipación nacional de  clase, recorren cada una a su manera el mismo sendero básico del ejemplo puesto sobre la inicial desobediencia antipatriarcal.

Como resultado, si el proceso sigue adelante, las desobediencias  tienden a mirar más al futuro que al presente, toman conciencia de que  llegarán batallas más ásperas y que la sencilla pero necesaria negación  inicial ha de dar el salto a una lucha por un objetivo preciso: la  libertad. Según sean las luchas, la conciencia política que cohesiones  esas desobediencias iniciales va apareciendo como necesaria con  diferentes ritmos, pero en líneas generales y sobre todo en un contexto  de larga crisis profunda, entonces esa concienciación puede avanzar más  rápidamente tal como lo explica la ley del desarrollo desigual y  combinado.

Para terminar, llegamos al momento en el que la conciencia  desobediente se enfrenta al problema de asumir el contenido político de  toda explotación, incluida la que esa conciencia sufre, o de retroceder  espantada ante la perspectiva que se le abre. La ideología dominante, la síntesis social burguesa, nos hace creer que existen cauces legales, «democráticos», que debidamente cumplimentados «resuelven los problemas» por lo que las desobediencias siempre tienen que moverse por el  interior de esas veredas, sin desbordarlas. Hacerlo, salirse de lo  tolerado y de lo «democrático», deslegitima la razón de la protesta y  justifica que la ley intervenga. Tal creencia presiona demoledoramente  en todas las situaciones individuales o colectivas en las que puede  crecer una resistencia a la opresión, sean las que fueren, porque están  inscritas en el código ideológico del democraticismo burgués. «Tolerancia democrática» y desobediencia limitada y cobarde se apoyan  mutuamente, formando las dos mandíbulas de un cepo que una vez cerrado  amputa la conciencia y encadena la libertad.

La solución no es otra que llenar de contenido político y teórico  socialista toda práctica de desobediencia, de lo contrario será  integrada, paralizada o destrozada.

Menea y vencerás...

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