Análisis
Tomado de El Espectador
Por María Elvira Bonilla
Es simplemete grotesca y panfletaria la caricatura de la guerrilla que presenta la serie del canal RCN Comando élite, con el Paisa como protagonista.
Por: María Elvira Bonilla
La lucha armada debe rechazarse sin excepción alguna. Ha sido por décadas la mayor pesadilla de Colombia. Sin embargo, no puede desconocerse igualmente que su existencia respondió a conflictivas situaciones sociales que aún permanecen activas en el país. Por ello, las Farc son parte de nuestra realidad. Tanto, que han tenido una influencia, en ocasiones determinante, en la política colombiana, especialmente en los períodos electorales de los últimos 30 años y las elecciones de 2014 no serán la excepción.
En el horario triple A del canal RCN se pasa del Mexicano, uno de los más temibles y sanguinarios capos del narcotráfico, al comandante guerrillero el Paisa, igualmente temible y sanguinario, con la idea de homologar a los dos personajes en torno a la degradación mafiosa. Relatos televisivos rebosantes de traiciones, venganzas y la maldad cubriéndolo todo con su inhumanidad, dándole vida a la gama completa de comportamientos ruines, propios de una condición humana descompuesta que se alimenta del narcotráfico y todo lo que arrastra consigo. Pero el Mexicano y el Paisa no son lo mismo y no se pueden confundir. Son diferentes aun en su maldad y violencia.
El estereotipo que envuelve y distorsiona las imágenes del comandante y los guerrilleros rasos, la tropa, colocados en un falso ambiente rural y enfrentados al trabajo de la inteligencia militar en su propósito de infiltrarlos, no solo dista de la verdad, sino que ridiculiza, banaliza e irrespeta una realidad que con toda su tragedia, crueldad e injusticia debemos conocer y mirar de frente, más aún cuando se avanza en unas negociaciones para terminar con esta guerra. La caricatura que RCN trata de vender ayuda solo a profundizar la polarización a punta de unos clichés manidos típicos de los dramatizados.
Quienes hemos recorrido, por razones del oficio periodístico, zonas controladas por las Farc y hemos entrevistado a comandantes guerrilleros —Manuel Marulanda, Raúl Reyes, Simón Trinidad—, sabemos que, a pesar de la degradación innegable que han sufrido algunos frentes de la guerrilla, producto de su involucramiento con los negocios del narcotráfico, las Farc en su conjunto son un movimiento político, conformado en su base por campesinos provenientes de las comunidades rurales donde han permanecido durante más de cincuenta años. De no ser así, el gobierno no habría podido establecer una negociación de carácter político como la que se está dando en La Habana. Muy distinto fue el caso de los paramilitares y de narcotraficantes como Pablo Escobar, que a pesar de su interlocución con el gobierno de César Gaviria, el camino final fue el sometimiento a la justicia. Con la delincuencia no se puede negociar.
Por todas estas distorsiones, que evidentemente alimentan las resistencias para avanzar en una salida dialogada al conflicto, se hace tan urgente la necesidad de que el Gobierno realice un ejercicio divulgativo y pedagógico de los diálogos de La Habana, para que haya una comprensión del carácter de una negociación con una fuerza política y no una parranda de facinerosos mafiosos como los que personaliza el Paisa del Comando élite de RCN.
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