Análisis
Tomado de http://pazfarc-ep.org
Por Alexandra Nariño
Si tuviéramos que definir en una palabra el comportamiento y las actitudes del régimen colombiano, tanto en la mesa de conversaciones de La Habana como en territorio colombiano, esa palabra sería Intransigente. En el diccionario, intransigente es definido como “que no transige”. Transigir, a su vez, viene del Latín transigěre y significa “consentir en parte con lo que no se cree justo, razonable o verdadero, a fin de acabar con una diferencia”. Intransigente, por lo tanto, se podría definir como “dicho de una persona que no hace concesiones”.
Y es esa precisamente la actitud del gobierno colombiano: intransigente. La élite colombiana se había montado en una película triunfante, pensando que habían “obligado” a la guerrilla a sentarse en la mesa, y que sería cuestión de meses, unas promesas vagas de leyes transitorias y – ojalá- unos bombardeos bien apuntados, para lograr su capitulación final. Los “noes” del gobierno hacían eco en el Palacio de Convenciones y resonaban en los rincones de Colombia y el mundo. No, a la presencia de Simón Trinidad en La Mesa…No, al cese de fuego bilateral… No, a los cambios en el sistema económico… No, a la constituyente… No, a la participación ciudadana en todos los momentos del proceso…
Ahora, unos meses después, la intransigencia gubernamental se levanta como un muro grueso, blindado, alrededor de los campesinos y sectores populares en las carreteras y plazas públicas de Colombia. Un muro, construido de ladrillos-“no-hay-plata” y “están-pidiendo-lo-imposible”, pegados con cemento de criminalización y represión violenta. Los Colombianos del común están pidiendo inversión en salud, en educación, en vivienda, revisión de los TLC, políticas justas para los pequeños y medianos mineros, el ejercicio real de sus derechos políticos…
En La Mesa de diálogos, algunos de estos temas están en las denominadas “salvedades” y quedaron aplazados para poder darle continuidad a la búsqueda de la Paz. Sin embargo, el pueblo en las carreteras está mandando un mensaje de urgencia al país y al mundo. “De aquí no nos vamos hasta que se nos solucione nuestra situación”. Así de sencillo. La miseria, el hambre y el abandono no dan tregua.
No hay escape, presidente Santos. Por donde vaya, para donde mire, va a encontrar el mismo clamor, las mismas exigencias: políticas económicas soberanas, basadas en el bienestar de los colombianos, participación política real y efectiva de los ciudadanos en todos los espacios, democratización de las estructuras estatales… No porque las FARC-EP estamos “utilizando” a los pobres e ingenuos campesinos colombianos; ¿por qué buscar el ahogado río arriba?
Si le inquieta el hecho de que las propuestas de las FARC-EP en La Habana se parezcan mucho a los reclamos de los campesinos, mineros, arroceros, cafeteros y otros sectores, he aquí la explicación: las FARC-EP tratamos de ser un canal de expresión para los colombianos del común. Hemos acogido sus propuestas, que nos han llegado a través de los diferentes foros, y las hemos hecho nuestras, para presentarlas en La Mesa de Diálogos. Pero que quede entre nos.
La intransigencia no soluciona y las promesas no convencen. Decir que todo va a ser mejor, que los colombianos serán escuchados, que los problemas serán solucionados, que los programas serán implementados, en un escenario de “fin de conflicto”, es decir, después de la entrega de armas, es como el fumador empedernido, diciendo que va a dejar de fumar mientras prende, ahora sí, el último cigarrillo. Si queremos hacer germinar el bien y salir del surco de dolores, hay que empezar desde ya.
Tomado de http://pazfarc-ep.org
Por Alexandra Nariño
Si tuviéramos que definir en una palabra el comportamiento y las actitudes del régimen colombiano, tanto en la mesa de conversaciones de La Habana como en territorio colombiano, esa palabra sería Intransigente. En el diccionario, intransigente es definido como “que no transige”. Transigir, a su vez, viene del Latín transigěre y significa “consentir en parte con lo que no se cree justo, razonable o verdadero, a fin de acabar con una diferencia”. Intransigente, por lo tanto, se podría definir como “dicho de una persona que no hace concesiones”.
Y es esa precisamente la actitud del gobierno colombiano: intransigente. La élite colombiana se había montado en una película triunfante, pensando que habían “obligado” a la guerrilla a sentarse en la mesa, y que sería cuestión de meses, unas promesas vagas de leyes transitorias y – ojalá- unos bombardeos bien apuntados, para lograr su capitulación final. Los “noes” del gobierno hacían eco en el Palacio de Convenciones y resonaban en los rincones de Colombia y el mundo. No, a la presencia de Simón Trinidad en La Mesa…No, al cese de fuego bilateral… No, a los cambios en el sistema económico… No, a la constituyente… No, a la participación ciudadana en todos los momentos del proceso…
Ahora, unos meses después, la intransigencia gubernamental se levanta como un muro grueso, blindado, alrededor de los campesinos y sectores populares en las carreteras y plazas públicas de Colombia. Un muro, construido de ladrillos-“no-hay-plata” y “están-pidiendo-lo-imposible”, pegados con cemento de criminalización y represión violenta. Los Colombianos del común están pidiendo inversión en salud, en educación, en vivienda, revisión de los TLC, políticas justas para los pequeños y medianos mineros, el ejercicio real de sus derechos políticos…
En La Mesa de diálogos, algunos de estos temas están en las denominadas “salvedades” y quedaron aplazados para poder darle continuidad a la búsqueda de la Paz. Sin embargo, el pueblo en las carreteras está mandando un mensaje de urgencia al país y al mundo. “De aquí no nos vamos hasta que se nos solucione nuestra situación”. Así de sencillo. La miseria, el hambre y el abandono no dan tregua.
No hay escape, presidente Santos. Por donde vaya, para donde mire, va a encontrar el mismo clamor, las mismas exigencias: políticas económicas soberanas, basadas en el bienestar de los colombianos, participación política real y efectiva de los ciudadanos en todos los espacios, democratización de las estructuras estatales… No porque las FARC-EP estamos “utilizando” a los pobres e ingenuos campesinos colombianos; ¿por qué buscar el ahogado río arriba?
Si le inquieta el hecho de que las propuestas de las FARC-EP en La Habana se parezcan mucho a los reclamos de los campesinos, mineros, arroceros, cafeteros y otros sectores, he aquí la explicación: las FARC-EP tratamos de ser un canal de expresión para los colombianos del común. Hemos acogido sus propuestas, que nos han llegado a través de los diferentes foros, y las hemos hecho nuestras, para presentarlas en La Mesa de Diálogos. Pero que quede entre nos.
La intransigencia no soluciona y las promesas no convencen. Decir que todo va a ser mejor, que los colombianos serán escuchados, que los problemas serán solucionados, que los programas serán implementados, en un escenario de “fin de conflicto”, es decir, después de la entrega de armas, es como el fumador empedernido, diciendo que va a dejar de fumar mientras prende, ahora sí, el último cigarrillo. Si queremos hacer germinar el bien y salir del surco de dolores, hay que empezar desde ya.
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