Análisis
Tomado de Semana
Por León Valencia
La reunión de Santos con Henrique Capriles y el anuncio de que queríamos entrar a la OTAN nos han devuelto a las tensiones y las polémicas con los vecinos.
Estaba bastante extrañado de que no metiéramos la pata en las relaciones internacionales. Me había acostumbrado, en el gobierno de Uribe, a las agudas confrontaciones con los países vecinos y a las impresionantes torpezas en la diplomacia con los Estados europeos y con los organismos internacio
nales. Nunca pensé que Santos pudiera darle un vuelco tan profundo y tan provechoso para el país a nuestra política exterior. Pero lo hizo y lo hizo en un santiamén.
En la primera cita con Chávez cambió el libreto de las relaciones con Venezuela. Lo mismo hizo con Rafael Correa y Ecuador. Por ahí derecho se metió en el corazón de Unasur y logró que le entregaran la Secretaría General del organismo. Se fue a Europa y recompuso las relaciones bastante deterioradas con Francia y envió un mensaje de nueva y audaz diplomacia hacia la Unión y hacia los organismos internacionales. Hizo todo esto sin que sufrieran las relaciones con Estados Unidos.
No está muy lejos de llevar las relaciones comerciales al primer lugar de la agenda internacional del país, desplazando a un segundo lugar los temas ligados al conflicto armado, al narcotráfico y a la persistente violación de los derechos humanos. Por lo pronto, ha hecho el milagro de que en todas partes se hable de la posible paz de Colombia y de que los gobiernos y los organismos clave del mundo apoyen las negociaciones que se desarrollan en La Habana para poner fin al conflicto.
Pero algún pelo tenía que caer en la sopa y en las últimas semanas van dos salidas en falso que han perturbado la política exterior del país. La reunión del presidente Santos con Henrique Capriles y el anuncio de que queríamos entrar en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan) nos han devuelto a las tensiones y a las polémicas con los vecinos. Mala cosa. Indicio de que ni son tan sólidas las convicciones que animan a Santos, ni es tan eficiente y diestro el equipo que lo aconseja en este campo.
Leí con mucha atención la columna donde mi amiga María Isabel Rueda aplaude la reunión con Capriles. Santos debe bajarse del bus del chavismo, dice María Isabel. Es un punto de partida equivocado. Santos nunca ha estado en ese bus. El pacto entre Santos y Chávez –que siguió Maduro– ha sido un compromiso entre diferentes, y muy diferentes por cierto. Eso es lo apreciable, lo verdaderamente admirable. No es la solidaridad que nace entre líderes con ideas afines. Nada más distinto que Santos y Chávez.
La primera regla de ese pacto tenía que ser, por fuerza, la no injerencia en los asuntos de cada país. Así se lo hizo saber Santos a Chávez en la primera reunión. Lo necesito para la paz, pero yo le digo cuándo, cómo y dónde. Fueron, palabras más, palabras menos, las indicaciones. Chávez cumplió, Maduro también. No se meta con la oposición como lo ha hecho Uribe, era, tácita, la condición del otro lado. Santos no cumplió.
Es así de simple. La argumentación restante de María Isabel es cierta. Hay una grave crisis en Venezuela. Hay incertidumbre, mucha incertidumbre. Pero eso lo tienen que resolver los venezolanos. Podría ayudar Santos, si lo llaman las partes. Como están ayudando los venezolanos a la paz nuestra, porque los llamamos.
Lo de meternos a la Otan fue menos grave, pero más estúpido. No podemos, ni lo estamos solicitando, tuvo que decir al otro día el ministro de Defensa. Bastaba con recordar el tierrero que se había armado cuando salió la noticia de que Uribe estaba pactando con Estados Unidos la instalación de bases militares en nuestro territorio. Hay en la región una susceptibilidad enorme a este tipo de anuncios así sean irreales, así sean equivocaciones que alguien, bastante ignorante, le recomendó en el discurso al presidente.
Solo falta que a algún alto funcionario del gobierno se le ocurra hacerle eco a la temeraria hipótesis en la que Noemí Sanín acusa a una juez de la Corte Internacional de haber tramado el fallo contra Colombia para favorecer intereses de China y Nicaragua en los mares del Caribe. Esa sería la tapa. Nos meteríamos en líos de marca mayor con la Corte y con la gran potencia emergente del mundo.
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