– 17/10/2012POSTED IN: ARTÍCULOS Y OPINIÓN
Incomprensibles y absurdos, hasta reprochables para los poderosos. Pero llenos de sinceridad, afecto, fervor y esperanza para las gentes humildes.
Por Simón Ricaurte.
Corresponsal de la frontera.
Corresponsal de la frontera.
Me enteré de que en la población de Betania, en el Patía, al sur occidente colombiano, tres guerrilleros de las FARC, dos de ellos mandos irresponsables que dejaron sus tropas en el campamento para irse ellos mismos a beber licor a la población, fueron sorprendidos por el Ejército en el lugar. Al descubrirlos, las tropas prendieron a tiros el local, pese a que varios civiles se hallaban departiendo también en él, y a que, como es frecuente en las zonas rurales de Colombia, algunos niños jugueteaban en el local de modo inocente.
Además de los guerrilleros, pereció una niña y varios civiles más resultaron alcanzados por el fuego del Ejército. Muy probablemente los guerrilleros embriagados hubieran podido ser capturados sin necesidad de disparar las armas, pues su estado los hacía realmente inermes. Por tal razón, la población del caserío, enardecida, se sublevó intempestivamente contra los militares, agrediéndolos con palos, piedras, herramientas y cualquier cosa que encontraran a la mano. Incluso sobre los soldados cayeron llamas producidas por los tradicionales mechones caseros con los que alumbran las noches los humildes campesinos que no conocen la electricidad.
La indignada reacción de los pobladores impidió al Ejército hacerse por completo al armamento que portaban las víctimas, y se empeñó en impedir, lográndolo al final, que la tropa pudiera sacar y llevarse los cadáveres. Con toda seguridad que un levantamiento así pasará a calificarse por las autoridades como una agresión terrorista, promovida por milicianos y auxiliadores de las FARC. Un observador imparcial y objetivo se quedaría más bien impresionado por la valerosa reacción de la población. Toda esa gente indefensa, con una desigualdad impresionante de medios ante el Ejército, se encargó de poner de presente el tamaño de su afecto por la causa insurgente, y el desprecio absoluto por la presencia y los hechos de los defensores del régimen.
Por encima de los errores que puedan cometer algunos revolucionarios, el pueblo raso quiere lo suyo, sabe lo que representa, lo defiende y hasta se juega la vida por ello. Algo muy serio y grandioso se esconde tras la reacción de esos sencillos campesinos. Eso no puede negarse.
Del mismo modo, en otro escenario rural y distante,se manifestaron el mismo tipo de sentimientos populares. Quedé tan sorprendido al conocerlo, que me sentí obligado a escribirlo. Esta es la historia. José y su mujer son dos viejitos que en la lejanía de su parcela del piedemonte de la sierra del Perijá en Venezuela, pasan los últimos años de su vida animados con la esperanza de redención que representa la revolución bolivariana de Hugo Chávez. Defienden al Presidente con denodada pasión, llamándolo cariñosamente el patrón de la finca, y su sacrificado empeño por darle el voto el pasado 7 de octubre lo dice todo.
Organizaron las cosas en el rancho para que su hijo de catorce años, el menor y único que queda con ellos después que todos los demás crecieron y se marcharon, permaneciera al frente de las faenas agrícolas y cuidando los animalitos, mientras ellos se trasladaban al más cercano punto de votación, situado a más de ocho horas a pie, con el objetivo de votar por Chávez. Su plan era salir el viernes en la tarde hasta cierto lugar en el que pasarían la noche, para madrugar con tiempo el sábado y estar cumplidamente listos a votar en las primeras horas del domingo. Pero el tremendo aguacero de ese día les impidió salir y aplazaron su viaje para el sábado.
La vieja, seriamente afectada en su salud en los últimos tiempos, se echó sin vacilar a la espalda un pesado maletín que contenía hamaca, toldo, ropas y algo de comida para el camino. El viejo José llevaba también el suyo. Esa mañana enfrentaron el primero de los obstáculos, el caño cercano. El agua lluvia había producido una enorme creciente. Lo cruzaron con la pericia adquirida en toda su vida, con el agua un poco más arriba del pecho. Luego emprendieron la caminata, mojados por completo, enfrentados al barro y los deslizaderos, con tesón y paciencia infinitos. Hacia el mediodía otro violento aguacero les cayó encima.
A dos horas del caserío de destino, consiguieron que un viejo camión que transitaba por la vía a la que brotaron, les evitara hacer a pie el último tramo. Su aspecto y sus motivaciones les valieron ganar también la solidaridad para hacerse a un lugar donde pasar la noche. José permaneció despierto y entusiasmado hasta tarde, especulando con otros campesinos sobre la jornada electoral del día siguiente y asegurándoles a todos que Chávez ganaría, dijeran lo que quisieran decir la radio y la televisión privadas, empeñadas en afirmar lo contrario.
Pensando en el largo regreso, estuvieron entre los primeros en votar el domingo. Varios habitantes del caserío, también seguidores de Chávez, impresionados y conmovidos por la fidelidad del par de ancianos, les reunieron los 150.000 bolívares que les pedía el propietario de una moto, para aproximarlos lo más que pudiera a su lejana vivienda. Primero se trasladó al viejo. En el segundo viaje, cuando se trasladaba la mujer, la moto resbaló en una curva y se fue al suelo, causando un duro golpe a la anciana. Pese a ello, adolorida y llorosa, volvió a subirse en ella hasta lograr alcanzar a José. Tras unos cuantos sobos y cariños del viejo, paciente y resignada, volvió a caminar tras él rumbo a su casa, todavía bastante alejada.
Al volver a encontrar crecido el caño, optaron por llegar donde un vecino que posee una canoa para cruzarse en ella. El vecino habita en el filo, del otro lado de las aguas y por eso tenían que gritarlo con todas sus fuerzas para que bajara a recogerlos. Como José sufre de sordera, encargó a su mujer de estar atenta a una respuesta mientras él gritaba. Al fin, cuando oscurecía y pensaban en guindar las hamacas en algunos palos de la orilla, la anciana escuchó al vecino gritar que ya bajaba. Esa noche cenaron y durmieron allí, bajo la enramada en que el vecino herra las mulas. Pero en la mañana su felicidad no tenía nombre. La radio lo anunciaba con claridad, Chávez había derrotado por paliza a Capriles, el patrón seguía en la finca, su sacrificio había valido la pena.
Así son los amores del pueblo, en Colombia o en Venezuela. Incomprensibles y absurdos, hasta reprochables para los poderosos. Pero llenos de sinceridad, afecto, fervor y esperanza para las gentes humildes. Lo que se diga de más está de sobra. ¡Qué viva toda esa gente, carajo!
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