12 de octubre.
Me levanté esta mañana con el fresco sol capitalino. Me encargué de unos asuntos, despedí a mi hija y salí con una sonrisa de dignidad. Miré el cielo, en el momento aún se sentía frío pero parecía que iba a ser un excelente día y pensé "menos mal" y me respondí, o quizá fue Bolívar el que me contestó "si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca", sentí un calor en el corazón y mucha más emoción.
Llegué a la UN, el Alma Mater, la institución educativa que ha alimentado mi vida, mis pensamientos, mis acciones y mis luchas desde siempre, mi familia tiene una larga lista de egresados de esta Universidad.
Me sentí un poco incómoda. Caras muy nuevas, mis compañeros de luchas desde el 99 no aparecieron. Estos sentimientos y recuerdos invadieron mi mente y mi corazón con un poco de tristeza que opacaba el día. Y entonces, llegando a la Plaza Che lo vi. El eterno y siempre listo compañeros que no nos abandona me recibió con su sonrisa: Camilo y su fusil estaban allí, como están en toda la UN, como están en todos los corazones de los colombianos que anhelan y exigen paz. Luego el Comandante Guevara altivo e inmortal.
Mis temores no tenían justificación. Pronto llegaron los primeros compañeros con sus pancartas, su ánimo y su risa. Eran los estudiantes de Medicina que empezaban la algarabía revolucionaria. Facultad tras Facultad se unieron y el ánimo estaba encendido, la unión se hizo presente y con mis nuevos compañeros empezamos a marchar.
Vi la salida, brincó el corazón, ¿Estarían allí? no todavía no aparecían, todavía podíamos disfrutar de la alegría, la democracia, la paz y del paro. Podíamos seguir cantando, protestando, buscando y soñando un país mejor.
La marcha seguía su camino normal. En la séptima si llegaron. Llegaron los policías con su clásica forma de actuar: insultar, hacer gestos obscenos, amenazar. Si algo me aterró fue ver que la mayoría del ESMAD eran mujeres ¿Acaso no eres madre? ¿Acaso no lo vas a ser? ¿Acaso no quieres algo nuevo y mejor para tu familia? si yo fuera tu hija ¿Igual me golpearías? si yo fuera tu hija ¿Igual me matarías? ¿Qué se siente ganarse un pan lleno de la sangre del pueblo que masacraste? ¿Qué se siente devorar la sangre y pisotear la dignidad del pueblo del que tú formas parte? ¿Acaso no entiendes que solo hay dos clases sociales: los explotadores y los explotados? ¿no entiendes que perteneces a la misma que nosotros? ¡tú también eres pueblo explotado!
Resistimos ataques y momentos de grandes tensiones. Resistimos la tentación de contestarles, de defendernos. Resistimos bolillazos mandados indiscriminadamente. Resistimos y cantamos, cantamos fuerte para que el mundo entero nos pudiera escuchar, cantamos por nuestros muertos que hoy nos acompañaban, cantamos por la unidad de Colombia que hoy nos necesita.
Llegamos a la Jimenez. Recuerdos amargos de un asesinato que hoy sigue presente, de un muerto cuyo cuerpo sigue cayendo una y otra vez hasta que no se haga justicia, pero de un hombre que sigue vivo en cada uno de nosotros, en los sentimientos de paz, en la unión de los colombianos. Jorge Eliecer Gaitán estaba aquí.
Pero llegó el ataque más fuerte de represión. las tanquetas y los gases. No les importaba que por ahí transitaran otras personas, niños, mujeres embarazadas, solo les importaba no dejarnos llegar a la plaza, solo les importaba herirnos y posiblemente si mataran a alguien sería el día más feliz de sus vidas.
¿Papas bombas, agresiones, violencia estudiantil? no ¿Errores? quizás sí. Atacaron en el momento justo en que vieron que no había tantos estudiantes. Dejamos un espacio, espacio que aprovecharon para que nos dispersáramos más. otro error podría ser que corrimos hacia el lado. debimos seguir adelante, con nuestros compañeros...Reflexiones, auto crítica....
En fin, nos refugiamos e donde pudimos atender nuestros heridos y los no manifestantes que no sabían como actuar frente a estás situaciones. trapos, vinagre, tijeras, agua...por fin todos estábamos bien. En este momento vi que una década no pasa en vano. No solamente eran diferentes los compañeros, también lo era mi cuerpo antes ágil hoy acosado por una enfermedad, la esperanza hoy más presente.
No nos dimos por vencidos, no podíamos regresar por la Jimenez así que subimos un par de cuadras y llegamos a la Plaza ante la mirada heroica de Bolívar. Habrían unas casi 200 personas allí, pocas, muy pocas, pero comenzaron a llegar más desde todas partes. El ESMAD pensó que nos había dispersado, no, solo lograron fragmentarnos un poco, pero llagábamos a nuestro objetivo.
Incluso por la séptima seguían llegando los compañeros que aguantaron los gases y los ataques indiscriminados. Estaba lloviznando y aún así seguían llegando. Los vía entrar y me transporté al futuro, a uno no muy lejano, el día en que multitudes de personas de todo el país marchen hacia acá. En vez de vinagre cargarán agua, agua que será nuestra, flores...; en vez de capuchas que cubran nuestro rostro llevaremos una bandera que diga "somos libres"; en vez de indignidad sentiremos alegría, esperanza y amor.... Ese día fue nublado por un par de gases que tiraron iracundos porque no nos podían dispersar.
Me bajé del lado del libertador y devolvimos uno que otro gas, seguíamos peleando fuertemente, pero tuvimos que retroceder y salir de la Plaza. Subí por la 10 y me dirigí por la 5 hacia el Centro cultural García Márquez. Entré de nuevo a la Plaza, un nuevo enfrentamiento. Ellos se unieron con escudos al frete y, cuál ejército espartano luchando contra su peor enemigo, hacían tronar el piso con sus escudos y sus botas que minutos antes impactaban sobre nuestra humanidad.
Me dí cuenta que perdí a mis compañeros, eso no importaba, hallé otros tres y seguimos la lucha. El ESMAD avanzaba y apuntaban las armas que dicen no utilizar contra nosotros, disparándonos unas bolas de caucho compacto que hacen grandes agujeros en la piel. Nos retiramos y en la carrera nos dimos cuenta que estábamos heridos, pero lo que más nos dolía era el pueblo, la dignidad.
Me quité la chaqueta, la capucha, la pañoleta. Me puse un saco y una bufanda. deambulé un poco pensando en los errores, en el terror, en la represión. Pensando en cuanto dolía esta injusticia, esta humillación, este ataque. Me sentí un poco frustrada, debo admitirlo, volví a la séptima, amarre mi bufanda a la cara y seguí un conjunto de estudiantes que exigían que fuera liberado un universitario.
Continué mi camino hacia la 19, esperé un bus que me llevaría a mi casa, a los brazos tiernos, inocentes y cariñosos de mi pequeña hija. El bus parecía no tener la mínima intención de llegar, pero por fin pasó. me senté dejando caer el peso de mi adolorido cuerpo. El cielo seguía llorando, ¿También estaba frustrado?
De pronto me dí cuenta, no era frustración era más indignación. La misma que me había hecho llegar hasta esa marcha y enfrentarme sin arma alguna a los policías. La misma que diez años atrás me llevaba a cada protesta estudiantil, la misma que obliga a alguien a escoger caminos ya sea por la selva o por la protesta, la misma que encendió un 9 de abril a Bogotá, un 8 y un 11 de octubre, un 13 de agosto... esa misma indignación que recorre corazones, despierta sentimientos, te llama a la protesta, mueve obstáculos, hace posible lo imposible.
Me dí cuenta que la indignación crecía en cuantos vieron el ataque de la policía, me dí cuenta que este bello país esta a puertas de la libertad, me dí cuenta que ellos perdieron la batalla, me dí cuenta que nos tienen miedo, me dí cuenta que nunca ha sido en vano.
Llegué a mi casa muy cansada, tome un baño y un café caliente. Despedí el día aún con más alegría que con la que lo había saludado, con la misma sonrisa de dignidad y con amor infinito. ¡Ganamos! celebre porque somos los triunfadores. Una hoguera inmensa de indignación no se puede acabar con llamaradas de represión.
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